
El Obispo Auxiliar, Mons. Bernardo Álvarez Tapia, el más joven de América, cumplió un año como tal en la Iglesia de Concepción. Una tarea pastoral que no se esperaba, pero que le ha permitido acrecentar sus vínculos con la diversidad de comunidades.
Carolina Astudillo M.
“Navega mar adentro”. Ese es el lema episcopal del Obispo Auxiliar Bernardo Álvarez, el Obispo más joven que se ha nombrado en América, y que hace poco cumplió el primer año como tal. Monseñor Álvarez, quien nació en Talcahuano el 4 de agosto de 1980, fue ordenado Obispo Auxiliar de la Iglesia de Concepción junto al presbítero Oscar García el 30 de abril de 2022. Ordenado sacerdote en 2009, tiene una vasta experiencia pastoral en el mundo rural, y con una profunda admiración a las comunidades que viven su fe.
-¿Cómo ha sido este primer año de tarea episcopal?
-Ha sido una experiencia vital, importante. Como lo señalaba en mis primeras entrevistas compartiendo esta misma noticia, en el horizonte mío no estaba pensar siquiera en el episcopado, más bien era en el sacerdocio ministerial, como párroco, o sirviendo en otras realidades. De hecho, ahora último había sido elegido como Rector del Seminario (2020). Ha sido un tiempo de muchas sorpresas.
Pero junto con ello, ha sido gustar también la vivencia en cuanto a la multiplicidad de servicios y posibilidades que uno tiene al ejercer el ministerio episcopal. Es muy bonito participar con las comunidades y el hecho de llevar adelante el pastoreo, que obviamente uno lo comparte en primer lugar con el Arzobispo, quien es el primer pastor, don Fernando, y el Padre Oscar. Yo eminentemente lo viví en la zona rural, como párroco de Yumbel, Tomeco, Rere y Cabrero, y había ahí una gran riqueza, que yo agradezco mucho hasta el día de hoy, pero eso es una porción de lo que es la Iglesia de Concepción. Como Obispo le toca a uno desplegarse en la diversidad, tanto a nivel de parroquias y sus comunidades, pero también en los colegios, las obras sociales y en la misma sociedad. Como Obispo también hay un diálogo con la sociedad, con la cultura, y es muy bonito poder acompañar tanto en la vida pastoral de la Iglesia como en su inserción en la sociedad.
También he podido experimentar la presencia de Dios, y eso lo percibí fuertemente cuando empecé a rezar más la decisión de decir que sí al Señor y a la Iglesia frente a esta llamada, en los diversos desafíos y la misión propiamente tal. He experimentado mucho la cercanía de Jesús en todos los momentos: tanto los alegres, u otros complejos y desafiantes. Creo que esa presencia ha sido muy intensa este tiempo.
–En este año ¿cuáles son esos hitos más marcados, esos momentos buenos y aquellos complejos?
-Yo creo que los buenos siempre tienen que ver con esa presencia como Pastor en medio de las comunidades, y ser partícipe de momentos o hitos que para las comunidades son importantes. Eso para mí es muy maravilloso, poder ser partícipe de la alegría de ellos, que también en el fondo se transforma en la alegría de uno. Los momentos más complejos tienen que ver con acompañamientos a algunas comunidades frente a momentos difíciles que ellas experimentan por diferentes motivos. Es como la tarea del papá o mamá de la familia, que está presente en los momentos alegres, cotidianos, y también en los momentos difíciles, como enfermedades, situaciones dolorosas, muerte, en fin. Es participar de los grandes dolores de la comunidad, involucrarse dentro de los que se puede, y con las capacidades que uno tiene. A mí, históricamente eso me ha enriquecido mucho en el ministerio, porque siendo cura párroco y rector del Santuario me tocó involucrarme en momentos duros de la vida de las personas, y no como un agente externo, como alguien que va, celebra un funeral, o dice ‘que pena por lo que está pasando’. Creo que he aprendido a participar del dolor de las personas, no como algo que sea malo, también lo tomo como algo bueno, que es parte de nuestra vida y de la fe.

-En el momento en que son nombrados Obispos, se destacó el hecho de que hayan sido personas que ya tenían cercanía con las comunidades, seguramente como señal del Arzobispo de que él está impulsando que la Iglesia y sus pastores se mantengan cerca de las comunidades. ¿Cómo ven esa tarea pastoral de la mano con el Arzobispo?
-Monseñor nos dice mucho eso de “compartir el carisma episcopal”. A veces evitamos mucho estar los tres juntos cuando podemos estar en distintos lugares al mismo tiempo. Uno trata de acompañar al Arzobispo en momentos relevantes de la Iglesia u otros, pero eso me gusta de verdad. Creo que es lo propio y lo que exige este tiempo nuevo. Como pastores insertos en las comunidades, atentos a sus necesidades, involucrados con la sociedad. Creo que en este caso mientras más uno pueda estar disponible a estar en medio de la Iglesia o de la sociedad con este ministerio, es lo mejor en cuanto a una buena vivencia de lo que es ser obispo hoy. Debo decir también que yo he tenido experiencia en tiempos pasados de obispos que igual han estado tremendamente insertos en las comunidades y problemáticas país. Creo que la Iglesia chilena y también de Concepción ha tenido ese carisma, y en ese sentido, nosotros nos hacemos parte de esa tradición de Concepción.
–¿Cómo describiría a las comunidades y la Iglesia de Concepción?
-Lo que he podido experimentar durante mucho tiempo en el decanato rural, es una comunidad muy viva, muy arraigada en la historia, con tradiciones que se cultivan de siglos, y que, con todo, son capaces de transmitirla incluso hasta la cultura de hoy, con todos sus desafíos. Y eso mismo podría decir que se transmite en el resto de los decanatos y lo que me ha tocado experimentar en la Iglesia diocesana. Evidentemente, la crisis eclesial a causa de los abusos, o la crisis de las instituciones y de la autoridad, que ya es a un nivel más social o cultural, como luego también la pandemia, es innegable que nos han afectado. La Iglesia no está afuera del mundo en este sentido. No obstante, creo que este último tiempo ha habido ese deseo de poder resurgir, de poder volver a congregarse comunitariamente, a asumir nuevos proyectos y desafíos. Los Papas nos han pedido esta nueva evangelización, en una nueva cultura, con nuevos desafíos, con nuevas problemáticas.
“Siendo cura párroco me tocó involucrarme en momentos duros de la vida de las personas, y no como un agente externo, como alguien que va, celebra un funeral, o dice ‘que pena por lo que está pasando’. Creo que he aprendido a participar del dolor de las personas, no como algo que sea malo, también lo tomo como algo bueno, que es parte de nuestra vida y de la fe”.
-Reconociendo que la Iglesia la hacen “todos” y no solo los sacerdotes y los Obispos: ¿Cómo llamaría a la comunidad y a qué aspectos más urgentes atender hoy en día en la Iglesia de Concepción?
-Estoy súper de acuerdo con eso. Tuve la gracia desde niño y joven, de vivir en una parroquia donde la vida laical era muy activa. Nuestro párroco, el Padre Carlos Puentes, dejaba mucho espacio para que los fieles laicos pudieran ir trabajando pastoralmente, llevando adelante la vida pastoral, y eso me marcó desde mi niñez y mi juventud. He intentado en las comunidades en las que he estado, llevar ese proyecto adelante.
“Todos quienes hemos tenido un encuentro con Dios no podríamos si no estar disponibles para, en Él y en nombre de Él, servir a la comunidad toda”.
La invitación del Papa Francisco a vivir el Sínodo de la Sinodalidad, es reafirmar esta corresponsabilidad en la Misión. El Papa ha hecho mucho énfasis en dejar de lado esta estructura o estilo clericalista que le ha hecho mal a la Iglesia y a la Evangelización. Pienso que la sinodalidad nos invita a llevar adelante una misión en común, respetando evidentemente las diversas vocaciones, los carismas, los servicios, las llamadas que cada cual tiene, pero todos involucrados y disponibles para llevar adelante una nueva evangelización. Yo creo mucho en eso.
Las personas buscan su refugio en Dios. La nueva evangelización también tiene que ver con esa corresponsabilidad misionera de todos nosotros, y también para responder a un mundo que a veces ha generado altas expectativas de solución y sentido de vida pero que al final del día uno se da cuenta de que, sin Dios, no se logra esa expectativa. La participación activa en las comunidades da cuenta de eso. Hay mucho sentido de compasión, de misericordia, de acogida y de escucha, y por sobre todo de entregar el mensaje cristiano: la buena noticia de Jesucristo. Esto levanta un sentido grande de vida, tanto en el encuentro con Dios, como también en el servicio de los demás. Todos quienes hemos tenido un encuentro con Dios no podríamos si no estar disponibles para, en él y en nombre de él, servir a la comunidad toda.