Vivimos en una sociedad en que no pocas personas dicen: “Tú tienes tu verdad y yo tengo la mía”. Es decir, no habría “una” verdad, sino que cada persona tendría la suya. Así, el relativismo sería el fundamento filosófico de la sociedad democrática. Una sociedad libre debería ser, entonces, una sociedad relativista, donde cabe todo tipo de alternativas morales. Pero esto conduce a un absurdo. Veámoslo con un ejemplo.
Seis hindúes sabios, inclinados al estudio, quisieron saber qué era un elefante. Como eran ciegos, decidieron hacerlo mediante el sentido del tacto. El primero en llegar junto al elefante chocó contra su ancho y duro lomo y dijo: «Ah!, el elefante es como una pared». El segundo, palpó en su ceguera el colmillo y gritó: «Es tan agudo, redondo y liso que el elefante es como una lanza». El tercero tocó la trompa retorcida y gritó de forma descriptiva: «¡Dios me libre! El elefante es como una serpiente». El cuarto sabio había extendido su mano hasta la rodilla, la palpó en torno a ella y dijo: «Está claro, el elefante es como un árbol». El quinto, que casualmente tocó una oreja, exclamó de forma autosuficiente: «Aún el más ciego de los hombres se daría cuenta de que el elefante es como un abanico». El sexto, quien tocó la oscilante cola del elefante, señaló: «El elefante es muy parecido a una soga».
Cuando hay personas o ideologías que no aceptan aquellos absolutos morales de la vida social, el problema está en una cierta incapacidad para captarlas, entenderlas. El elefante seguirá siendo un elefante, aunque algunos opinen distinto.
Y así los sabios discutieron posteriormente largo y tendido, cada uno desde su experiencia, de forma excesivamente terca, defendiendo cada uno su propia opinión y, aunque parcialmente estaban en lo cierto, en realidad estaban todos equivocados. Esta narración describe con sentido del humor, pero real la panorámica del relativismo actual.
En nuestro mundo hay ciertos hechos que no son según sea el gusto del observador, sino que son como son en la realidad de las cosas. El hurto es un mal social, aunque para los ladrones resulte un bien atractivo. La fidelidad matrimonial es un valor importante para los esposos, los hijos y la sociedad, aunque los adúlteros tengan una opinión contraria.
En nuestra sociedad plural y democrática hay muchas situaciones políticas, económicas, etc., que son opinables: nadie puede sentirse poseedor de la verdad. Pero también hay otras muchas que no pueden ser relativas, ni tampoco sustentadas en la opinión de la mayoría. A modo de ejemplo, el Papa Benedicto XVI señaló que para un católico no son negociables el respeto a la vida humana desde su concepción hasta su ocaso natural, el matrimonio formado por un hombre y una mujer.
Cuando hay personas o ideologías que no aceptan aquellos absolutos morales de la vida social, el problema está en una cierta incapacidad para captarlas, entenderlas. El elefante seguirá siendo un elefante, aunque algunos opinen distinto.
Pero el problema es también de los que entendemos y aceptamos esos absolutos morales de nuestra vida social: debemos ser mejores comunicadores de nuestras convicciones.