Diálogo

¿Cómo vivir las ofensas a la fe y a uno mismo?

Para quien quiera ser cristianamente responsable, es importante ver y juzgar con serenidad y seriedad antes de decir nada. Porque existe el error: cualquiera puede equivocarse y nosotros también podemos equivocarnos. La verdad importa, no sólo la subjetividad más o menos sensible. Por Dr. Juan Carlos Inostroza Académico Facultad de Estudios Teológicos y Filosofía UCSC […]


Para quien quiera ser cristianamente responsable, es importante ver y juzgar con serenidad y seriedad antes de decir nada. Porque existe el error: cualquiera puede equivocarse y nosotros también podemos equivocarnos. La verdad importa, no sólo la subjetividad más o menos sensible.


Por Dr. Juan Carlos Inostroza

Académico

Facultad de Estudios Teológicos y Filosofía UCSC

Nuestra naturaleza humana se resiste a la ofensa. Esa autoafirmación es en parte natural y en parte fruto del pecado. Natural, porque no estamos hechos para ser ofendidos, sino para amar y ser queridos. Fruto del pecado, porque ése no es otra cosa que la autoafirmación “a la mala”, sin escrúpulos y a cualquier precio, pues en el fondo nos sentimos superiores a los demás. Nos sentimos con derecho ofender y también a responder con una ofensa mayor. Es la soberbia.

La ética de Jesús es exigente y sólo puede ser asumida en su plenitud cuando alcanzamos una identificación profunda con su persona: siempre serena, con una sensatez que no deja de asombrarnos y con una voluntad de entrega total inigualable. Por eso, cada vez que queremos seguirle, hemos de plantarnos frente a él en la lógica de la amistad. ¿Qué hacen los amigos verdaderos? Buscan agradarse, disfrutan estando juntos, quieren encontrarse, y acaban imitándose en muchas cosas. Eso hizo Jesús, se hizo uno como cualquiera de nosotros y se acercó para ofrecernos su amistad. En esa lógica de indicativo (dirían los expertos) pueden entenderse los imperativos. Es decir, caminando con Jesús y viéndole actuar, podemos entender por qué nos pide conducirnos como él. Y lo hace con la promesa de que con Él podemos efectivamente dar lo máximo: perdonar 24/7.

Ahora bien, el “poner la otra mejilla” es una expresión. Con ella lo que viene a decir es que si queremos que Dios reine no hemos de responder con ofensa o violencia a quien nos agrede. ¿Es pacifista Jesús? Ciertamente lo es. Pero su actitud no es de sumisión al mal, sino de serena seriedad. El mal es algo muy serio y Jesús nunca le baja la gravedad. Se trata del mal moral, el que brota de la voluntad de dañar. Un terremoto o cualquier otra catástrofe no tiene connotación moral. En cambio, el mal que brota de la perversión de una persona es muy serio. Y Jesús lo enfrenta con seriedad y con serenidad, sin aspavientos ni alaracas, pero sin quitarle nada de su gravedad.

Los insultos. Bueno, hoy como ayer existen muchas ocasiones en que se ofende a la fe cristiana y a las personas en general. ¿Cómo comportarse en esos momentos? Primero debemos estar seguros de que no se trata de una mala interpretación nuestra. Cuando hay duda, entonces es mejor no decir nada, manteniendo la serenidad. Porque efectivamente hay representaciones, gestos y palabras que pueden sonarnos o parecernos ofensivas y en verdad ni están dirigidas a nosotros ni pretenden ofender. Puede que no sean de nuestro agrado, pero eso es otra cosa: que algo no nos guste, no significa sin más que se trate de una ofensa. Entones, para quien quiera ser cristianamente responsable, es importante ver y juzgar con serenidad y seriedad antes de decir nada. Porque existe el error: cualquiera puede equivocarse y nosotros también podemos equivocarnos. La verdad importa, no sólo la subjetividad más o menos sensible.

¿Y ante una agresión manifiesta? Es adecuado declararle a quien ofende que su conducta es incorrecta y dañina. La agresión muchas veces se manifiesta como una cuestión de poder en la que la violencia (no necesariamente física) pretende precisamente denigrar, denostar y humillar, normalmente ante los demás, es decir, públicamente. Eso se llama escarnio público: bullying, mofas, befas, etc. A veces, por cobardía, las o los agresores buscan una víctima más débil a quien dañar. En fin, débil o no, la fortaleza y el temple viene de dentro. Sin una base espiritual, no podremos resistir nuestra reacción visceral de venganza. La venganza tiene directa relación con el honor. Sentirse deshonrado, avergonzado, etc., lleva a buscar venganza: siete veces la que me han hecho, en lugar de perdonar siete veces siete. Estamos en las antípodas de la ética de Jesús.

“El lenguaje ante la ofensa ha de ser serio y correcto, si quieres limpiar de toxicidad la atmósfera. Ni risas ni ironías ante la ofensa. El ofensor lo hará, pero el cristiano no. Sin ambigüedades, firme y buscando que quien agrede deponga su actitud y se vuelva una persona constructiva”.

Nadie ha dicho que ser cristiano sea fácil, pero sí que llena el corazón de paz y alegría. No dejarnos dominar por el mal es seguir a Jesús. La fe nunca puede ser un pretexto para la violencia y la agresión. No digo que no haya que indignarse, sentir ira y enojarse. Las pasiones son parte de nuestra humanidad y son necesarias para tareas importantes. Hemos de aprender a enojarnos y expresar de manera constructiva ese enfado y esa ira. No somos estoicos, cuyo ideal era la impasibilidad. ¡Eso no! Los cristianos valoramos el sentir: las ofensas nos duelen, y también deberían dolernos finalmente las que de nuestra parte cometemos. Jesús dice: “Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios” (Mt 5,9). Como Francisco de Asís hemos de entrenarnos como instrumentos de Paz.

Y en la noche de su Pasión nos enseñó que sin oración y vigilancia es difícil resistir la tentación, la provocación, y menos dar testimonio de una vida nueva, de una manera nueva de plantarse ante la atmósfera tóxica del mal. La fortaleza cristiana es un don del Espíritu Santo. El lenguaje ante la ofensa ha de ser serio y correcto, si quieres limpiar de toxicidad la atmósfera. Ni risas ni ironías ante la ofensa. El ofensor lo hará, pero el cristiano no. Sin ambigüedades, firme y buscando que quien agrede deponga su actitud y se vuelva una persona constructiva. No olvidemos que el perdón no se pide, sino que se da, se ofrece por adelantado. La fuerza de Dios se muestra en la debilidad (2Cor 12,9).