Diálogo

El sentido del dolor

El dolor es una experiencia universal que todos, en algún momento de nuestras vidas, enfrentamos, aun cuando hacemos múltiples esfuerzos por evitarlo. La muerte, la enfermedad, la pérdida del trabajo pueden acarrear sufrimiento. ¿Cómo afrontar estos procesos? Expertos entregan algunas claves al respecto. Por Tania Merino M. En un mundo donde se valora y busca […]


El dolor es una experiencia universal que todos, en algún momento de nuestras vidas, enfrentamos, aun cuando hacemos múltiples esfuerzos por evitarlo. La muerte, la enfermedad, la pérdida del trabajo pueden acarrear sufrimiento. ¿Cómo afrontar estos procesos? Expertos entregan algunas claves al respecto.


Por Tania Merino M.

En un mundo donde se valora y busca la felicidad y el bienestar, el dolor es percibido como una experiencia indeseada, aunque inevitable y profundamente humana. Desde la muerte de un ser querido hasta la pérdida de un empleo o el diagnóstico de una enfermedad, el sufrimiento nos desafía y nos transforma. ¿Es posible encontrarles un sentido a estas situaciones adversas?, ¿pueden ser una puerta hacia una comprensión más profunda de nosotros mismos y del mundo que nos rodea?

El filósofo Jorge Sanhueza, profesor de Filosofía y académico de Formación Integral en la Universidad San Sebastián, explica que “el dolor en el contexto de la experiencia humana es mucho más que una simple afección en el plano de lo corporal. Digamos que en ocasiones lo incluye, pero sin duda siempre lo trasciende”. Para él está fundamentalmente relacionado con la ausencia de sentido. “Quien tiene un por qué, es capaz de soportar cualquier cómo”, asegura, citando a Nietzsche.

Para Sanhueza, el dolor nos recuerda nuestra finitud y limitaciones, elementos propios de la realidad humana. En palabras de Unamuno, “en el placer nos gastamos, pero en el dolor nos hacemos”. Esta percepción nos obliga a confrontar la verdad de nuestra debilidad humana, lo cual es esencial para el autoconocimiento y una comprensión auténtica de la existencia. “El ‘conócete a ti mismo’ esculpido en el oráculo de Delfos, y que Sócrates hizo suyo, no es algo que se aprenda necesariamente en los textos”, señala. La sabiduría más profunda se alcanza a menudo gracias a los grandes dolores de la vida.

En cuanto a encontrar sentido en situaciones dolorosas como la muerte o la enfermedad, sugiere que “el primer paso es la aceptación”, que, a su juicio, no debe confundirse con la resignación cínica, sino con una actitud serena y confiada de que el universo está dotado de sentido, y que el sufrimiento no puede tener la última palabra.

Estrategias para afrontar el dolor

Desde la psicología, Paula Sánchez, ofrece una perspectiva complementaria. Explica que las reacciones frente al dolor y la adversidad son variadas, desde dificultades para dormir hasta cambios en el apetito y problemas de concentración. Emocionalmente, las personas pueden experimentar angustia, ansiedad, culpa y depresión.

La académica de la Universidad Andrés Bello enfatiza la importancia de reconocer y validar estas respuestas emocionales y físicas. “Es fundamental permitir que estas emociones se manifiesten y darles el tiempo necesario para ser procesadas. Si estas reacciones interfieren significativamente con la vida diaria, es recomendable buscar ayuda profesional”, sugiere. Además, destaca el valor del apoyo social y profesional en el proceso de afrontamiento, facilitando la expresión y el procesamiento de las emociones.

Sánchez afirma que “es posible encontrar un sentido personal en medio del dolor y el sufrimiento. Este proceso puede llevar a una mayor comprensión y aceptación de los propios sentimientos, integrando estas experiencias dolorosas en la narrativa personal”. Este enfoque permite que el sufrimiento se convierta en un motor de crecimiento emocional y una forma más saludable de afrontar el dolor.

“Encontrar consuelo y esperanza en medio del dolor implica fijar nuestra mirada en Jesús, unir nuestro dolor al suyo y descubrir que nuestro sufrimiento no es inútil si lo ofrecemos junto al Señor”.

Pbro. Pablo Leiva

El dolor y la esperanza

Desde su experiencia pastoral, el sacerdote Pablo Leiva señala que “Dios no creó el mal ni desea el mal para nadie”. Desde esta perspectiva, el dolor y el sufrimiento se enmarcan en la certeza de que, “aunque el sufrimiento no es deseado por Dios, forma parte de la fragilidad humana, fruto del pecado y que en Dios es posible encontrarle sentido y redención”.

Enfatiza que la Iglesia está llamada a acoger el dolor humano y verlo como una llamada a la solidaridad. “Encontrar consuelo y esperanza en medio del dolor implica fijar nuestra mirada en Jesús, unir nuestro dolor al suyo y descubrir que nuestro sufrimiento no es inútil si lo ofrecemos junto al Señor”, explica. En este contexto, puede convertirse en una oportunidad de crecimiento personal y espiritual, tanto para quienes lo experimentan como para aquellos que los acompañan en su camino.

Resalta, además, la importancia de la comunidad en el proceso de afrontar el dolor. “La vida comunitaria es fundamental para superar las crisis, ya que nos brinda apoyo y compañía”, afirma. La Iglesia ofrece varios recursos para acompañar a quienes sufren, como la pastoral de la salud, la pastoral social y la pastoral de la esperanza, que ha crecido en los últimos años ayudando a personas a encontrar paz y equilibrio espiritual en medio del sufrimiento.

Transformación y resiliencia

El dolor, desde diversas perspectivas, puede ser una oportunidad para el crecimiento personal y la resiliencia. Sanhueza concluye que “la experiencia del sufrimiento enseña que no somos el centro del mundo, y esa es una gran oportunidad de convertirnos en mejores personas y con ello entender el sufrimiento de nuestros semejantes”. La psicología refuerza esta idea, proporcionando estrategias y apoyo para manejar y transformar el dolor. La fe, en tanto, ofrece una perspectiva de esperanza y trascendencia, invitando a ver el sufrimiento como una oportunidad para el encuentro con Dios.

La psicóloga destaca que “la terapia psicológica proporciona un espacio seguro y de autocuidado donde la persona puede validar sus emociones. En este entorno, se pueden explorar aspectos dolorosos, ambivalentes o culposos que a menudo son difíciles de afrontar solos debido a su carga emocional”. La terapia no solo ayuda a contener los síntomas agudos de las crisis emocionales, sino que también permite integrar estos aspectos dolorosos en la experiencia de vida, convirtiendo las turbulencias emocionales en motores de crecimiento emocional.

Cuando padecemos el dolor, nos preguntamos acerca de qué es lo realmente importante. Esto nos enfoca y nos regresa a lo fundamental. Sanhueza observa que “solo al confrontarnos con la verdad de nuestras limitaciones es posible volver a construir sobre bases más sólidas que nuestra condición anterior al sufrimiento no nos permitía ver”. Este proceso es lo que se conoce como resiliencia, la capacidad de recuperarse y adaptarse positivamente ante la adversidad.

La relación entre dolor y resiliencia se manifiesta claramente en la manera en que enfrentamos y superamos las dificultades. Se nos desafía a buscar nuevas formas de entender y afrontar la vida, a reevaluar nuestras prioridades y a fortalecer nuestro carácter. En este sentido, el dolor puede ser visto como un catalizador para el crecimiento personal y la transformación.

“El dolor nos recuerda nuestra finitud y limitaciones, elementos propios de la realidad humana. En palabras de Unamuno, “en el placer nos gastamos, pero en el dolor nos hacemos”.

Jorge Sanhueza, profesor de Filosofía USS.

Influencia del contexto cultural y socioeconómico

El contexto cultural y socioeconómico juega un papel significativo en cómo se maneja el dolor. Sánchez señala que “en algunos contextos, es un privilegio poder expresar abiertamente el dolor emocional o tomarse una licencia médica. En otros, las largas jornadas laborales y las exigencias familiares pueden hacer que sea difícil encontrar tiempo y espacio para procesar el dolor”. Además, ciertos mandatos culturales pueden invalidar las emociones, promoviendo la idea de “seguir adelante” a pesar del sufrimiento, lo que puede generar culpa y aislar a la persona afectada.

Este entorno puede agravar los problemas emocionales y llevar a trastornos más complejos. Por ello, es esencial crear espacios donde las personas puedan expresar su dolor sin miedo al juicio o la reprimenda. El apoyo familiar y social es crucial para una recuperación saludable en momentos dolorosos, proporcionando un refugio emocional que facilita la expresión y el procesamiento de las emociones.

Como seres humanos, tenemos la capacidad de enfrentar el dolor, encontrar sentido en medio de la adversidad y, a través de este proceso, emerger más fuertes. El sentido del dolor no se encuentra en su eliminación, sino en nuestra capacidad de aceptarlo, aprender de él y encontrar en cada experiencia dolorosa una oportunidad para crecer y transformar nuestras vidas. Cuando se aborda con una actitud de aceptación, apoyo y búsqueda de sentido, puede convertirse en una herramienta poderosa para el desarrollo personal y la profundización de nuestra comprensión de la existencia humana.