
La maternidad permite la vida, favorece las vivencias más básicas de cada persona humana y forma los valores más altos y nobles que nuestra especie puede desarrollar para su propio bien, esta experiencia humana fundamental permite asegurar la más plena subsistencia.
+ Bernardo Álvarez Tapia
Las primeras sílabas que logramos pronunciar luego de los iniciales balbuceos son “ma – má”. Estas breves y pequeñas sílabas manifiestan la vocación fundamental de toda persona humana: amar y ser amado, vocación que nos caracteriza esencialmente, experiencia de amor germinal, fundamental y necesario en la que posteriormente se sustentarán todas las demás expresiones de amor verdadero y gratuito.
La vocación de ser madres es única e invaluable para la sociedad. Muchos comparan el amor maternal con el amor de Dios, la misma Sagrada Escritura para referir la relación del amor misericordioso de Dios hacia la humanidad lo presenta con la imagen maternal, como un amor de entrañas o regazo materno. Son admirables los testimonios de amor de madres a sus hijos o hijas incluso en las circunstancias más extremas que se pueden vivir.
En nuestra sociedad existe una gran deuda, falta mucho por reconocer, valorar y proteger la maternidad como lo que es: una vocación esencial. La maternidad permite la vida, favorece las vivencias más básicas de cada persona humana y forma los valores más altos y nobles que nuestra especie puede desarrollar para su propio bien, esta experiencia humana fundamental permite asegurar la más plena subsistencia.
Gracias a todas nuestras madres por su amor, cariño y generosidad sin límites, son verdaderamente una expresión del amor verdadero. Podemos afirmar con verdad que hasta el Hijo de Dios quiso tener una Madre… la Virgen María.