Diálogo

Joaquín Castillo, subdirector de IES:“Se creyó que avanzando en verdad y justicia vendría automáticamente la reconciliación”

Perteneciente a una generación que se formó en democracia, valora los esfuerzos que el país ha hecho por avanzar en verdad, justicia y reparación. No obstante, admite que aún está pendiente la reconciliación, la que obliga “a reconocer los propios errores y responsabilidades y a renunciar a hacer que el adversario cargue por sí solo […]


Perteneciente a una generación que se formó en democracia, valora los esfuerzos que el país ha hecho por avanzar en verdad, justicia y reparación. No obstante, admite que aún está pendiente la reconciliación, la que obliga “a reconocer los propios errores y responsabilidades y a renunciar a hacer que el adversario cargue por sí solo la responsabilidad de todo lo ocurrido”.


Por Cecilia Díaz R.

Joaquín Castillo Vial, subdirector del Instituto de Estudios de la Sociedad (IES), tenía poco más de un año cuando Chile recuperó la democracia. No vivió los años de la dictadura y sus primeros recuerdos referentes a este período se vinculan a noticias de procesos judiciales que veía por televisión en los años 90. Lecturas posteriores le han permitido formarse un juicio sobre aquellos años y hoy, ad portas de los 50 años del profundo quiebre institucional, enfatiza en la necesidad de evitar el deterioro de la convivencia y cuidar la democracia.

Licenciado en Letras, magíster en Literatura por la PUC y columnista en medios de comunicación, se ha abocado a temas como la memoria y la reconciliación en Chile. Desde su punto de vista, es necesario conmemorar los 50 años del golpe.

– En su opinión, ¿el país ha hecho esfuerzos por lograr justicia y reparación?

– Es indudable que los gobiernos de la Concertación hicieron esfuerzos importantes para avanzar en verdad, justicia y reparación, especialmente con las comisiones Rettig y Valech y la Mesa de Diálogo. Esas instancias han aclarado una parte importante de la verdad -cuántas víctimas hubo, qué tipo de crímenes se perpetraron, cuál fue el contexto histórico, político e institucional en el que se quebró la democracia, etc.-, avances que no son nada despreciables y han suscitado un acuerdo transversal e importantísimo: esos crímenes no pueden repetirse nunca más. Sin embargo, queda una parte fundamental pendiente, puesto que hay una deuda especialmente dolorosa con los familiares de detenidos desaparecidos que, debido a la falta de información sobre los restos de sus seres queridos, no han logrado cerrar esa herida.

Destaca las tres instancias y comenta que “vale la pena revisar sus documentos finales e informes, porque dan cuenta de un esfuerzo notable de personas de distintas sensibilidades políticas por encontrarse alrededor del respeto a los derechos humanos y del cuidado de la democracia, conservando al mismo tiempo un margen para el disenso acerca de los antecedentes históricos que siguen dividiendo a la sociedad chilena. Esas tres instancias reflejan una enorme valentía para buscar la verdad, para encontrarse con personas que piensan distinto y para cuidar ciertos mínimos políticos y antropológicos que hoy desearíamos ver en la sociedad chilena y su clase dirigente. Aunque hoy haya muchos a quienes esos esfuerzos les parezcan insuficientes o complacientes, ese juicio no debe perder de vista el arrojo y grandeza con que los involucrados abordaron aquellas instancias a pesar de las desconfianzas de lado y lado”.

– ¿Considera que a su generación le preocupa ese período de la historia?

– La historia y la memoria reciente despiertan un enorme interés entre quienes no vivimos el período, pues a fin de cuentas es imposible comprender las encrucijadas actuales sin tener una opinión informada sobre esos hechos.

Plantea que el desafío hoy es: “que ese interés por la historia subsista sin que sea usado para querellas internas de élites desvinculadas de los problemas del país, pues de lo contrario no nos sirve como insumo para comprendernos mejor a nosotros mismos y a nuestra sociedad, sino solo como un arma arrojadiza para ganar puntos políticos”. 

Anhelada reconciliación

El subdirector de IES dice que durante los años noventa la búsqueda de reconciliación fue un objetivo político, pero hacia fines de la primera década del 2000 perdió importancia con respecto a otros conceptos como verdad o justicia. “Se creyó que avanzando en verdad y justicia vendría automáticamente la reconciliación, y eso no sucede así. En ese sentido, creo que hubo dos problemas principales con la reconciliación: en primer lugar, tal como ha mostrado el académico Francisco Javier Urbina en el libro Las voces de la reconciliación (IES, 2013), casi todos los esfuerzos se enfocaron en hacer avanzar los procesos judiciales vinculados a derechos humanos. Siendo un elemento fundamental, existe una limitación muy relevante: la reconciliación es un proceso social y político, mientras que la tarea de los Tribunales es jurídica”. 

Agrega que “esas instituciones, encargadas de entregar justicia, de determinar culpas y responsabilidades, no logran conciliar disposiciones que se encontraban enfrentadas y enemistadas desde hace décadas, a veces por heridas de gran profundidad. Si bien ambas dimensiones están relacionadas, no son lo mismo”. 

Indica que el segundo problema con la reconciliación “es que parte de la derecha creyó que bastaba apelar a la reconciliación para mirar adelante y hacer caso omiso de cualquier reconocimiento de culpas o responsabilidades que tuviera en materias de derechos humanos. Mientras, parte de la izquierda creyó que la reconciliación era un modo de blanquear a la derecha, sin darse cuenta de que exigía, también por parte de ellos, una autocrítica severa con respecto a las responsabilidades que le cupieron en el quiebre de la democracia. Fue, en cierto sentido, un concepto que no se definió del todo y quedó en un segundo plano con respecto a las otras demandas de verdad y justicia”. 

– ¿Qué aspectos son imprescindibles para lograr la reconciliación? 

– Plantearse como objetivo avanzar en la reconciliación tiene la ventaja de ser una meta modesta: ella se consigue cuando la sociedad es capaz de encontrarse en el respeto a ciertos mínimos democráticos y cuando logra que sus miembros evalúen su historia con autocrítica y sin intentar sacar réditos políticos. Sin embargo, aunque esos objetivos sean humildes, la reconciliación implica al mismo tiempo una búsqueda sumamente exigente, pues obliga a reconocer los propios errores y responsabilidades y a renunciar a hacer que el adversario cargue por sí solo la responsabilidad de todo lo ocurrido. En cierto sentido, la reconciliación política conserva parte del origen cristiano del término, de deponer las hostilidades y asumir las responsabilidades para poder, así, detener un espiral de rencor y violencia que no tiene fin. 

“Que con motivo de los 50 años desde el golpe de Estado se vuelva a poner en la palestra nuestra incapacidad para expresar nuestros desacuerdos de manera sosegada muestra lo profundo del desencuentro que cristalizó en septiembre de 1973”

Identidades políticas

– ¿Considera que hay realmente una fisura en el país? ¿O es un tema sólo de elites?

– A diferencia de los años sesenta y setenta, las dimensiones cotidianas de nuestra vida no están divididas por nuestras visiones políticas. Las identidades políticas, en cierto sentido, son mucho menos definitorias de lo que podían ser durante los años de Allende o Pinochet, e interactuamos en nuestro día a día sin inconvenientes con personas que pueden estar en el polo opuesto del espectro político. En ese sentido, también las élites interactúan y conviven con personas que piensan de manera diferente, puesto que nuestras posiciones políticas e interpretaciones acerca del pasado reciente parecen estar en otro plano que no impide esa convivencia. Sin embargo, eso no obsta que ciertas discusiones políticas estén atravesadas por el desencuentro, la intolerancia al disenso y la búsqueda de revanchas, como se ha visto en episodios recientes como el de Patricio Fernández o incluso, lo que es mucho más grave, en las declaraciones del Presidente Boric en la Universidad de Santiago, donde parece dibujar los años setenta como una simple historia de buenos y malos. 

– ¿Hay diferencias generacionales al abordar esta etapa?

– Si bien yo esperaría que quienes somos más jóvenes miráramos el pasado reciente de Chile con la libertad que entrega cierta distancia temporal, hay muchos que reivindican hoy el proyecto de la UP simplemente como una utopía interrumpida por la fuerza. En ese sentido, hay una lección que parte importante de quienes vivieron esa época conoce dolorosamente bien, que el deterioro de la convivencia y el descuido de la democracia tienen consecuencias funestas y difíciles de sortear, pero que no parece haber permeado a la generación siguiente. 

– ¿El quiebre de la democracia de 1973 con qué otro momento de la historia de Chile es comparable? ¿Fue peor que la guerra civil de 1891? 

– Es interesante la comparación entre 1973 y la guerra civil de 1891, porque si bien el conflicto entre el Congreso y Balmaceda fue mucho más sangriento (a fin de cuentas, las Fuerzas Armadas se dividieron y ambos bandos tuvieron poder de fuego), sus consecuencias políticas parecen haber estado más limitadas en el tiempo, con los partidarios del presidente volviendo a los pocos años a participar activamente en la vida política nacional. Si lo medimos solamente por el número de víctimas, que es un criterio sumamente limitado, el quiebre de 1973 fue menos cruento. Sin embargo, interrumpió de manera más profunda la institucionalidad democrática e implicó que el peso del aparato estatal se enfocara de manera brutal a perseguir a sus adversarios durante 17 años, lo que posee una especial gravedad. 

Añade: “Que con motivo de los 50 años desde el golpe de Estado se vuelva a poner en la palestra nuestra incapacidad para expresar nuestros desacuerdos de manera sosegada muestra lo profundo del desencuentro que cristalizó en septiembre de 1973. Por grave y sangriento que haya sido el conflicto de 1891, a los pocos años parecía que todo estaba medio olvidado, mientras que, a medio siglo del golpe, seguimos discutiendo acerca del alcance y significado de esos episodios”. 

“Hay una lección que parte importante de quienes vivieron esa época conoce dolorosamente bien, que el deterioro de la convivencia y el descuido de la democracia tienen consecuencias funestas y difíciles de sortear, pero que no parece haber permeado a la generación siguiente”.

– ¿Considera que es necesario conmemorar el 11 de septiembre? ¿Por qué?

– Por supuesto que sí. Es probablemente el hito donde se cruzan todos los hilos de la tragedia política chilena, que simboliza el fracaso de una clase dirigente que, de lado y lado, despreció la democracia y abrazó la violencia, las revoluciones y los autoritarismos como modos de actuar en política. No es necesario tener una única lectura sobre lo que pasó el 11 de septiembre de 1973 para encontrar en esa fecha un incentivo para reflexionar sobre el cuidado de la democracia y sobre las respuestas institucionales a nuestros desafíos políticos. 

Valoración de la democracia

Joaquín Castillo alerta sobre los riesgos que corre la democracia. “Aunque pareciera que la valoración a la democracia es algo que se da por supuesto, basta ver lo que sucedió en Chile a partir de octubre de 2019 -cuando parte importante de la clase política validó o hizo caso omiso de la violencia- o encuestas como la CEP para concluir que la democracia no está tan afianzada como pensamos”. 

Dice que los riesgos que corre la democracia “no vienen solamente de los populismos o autoritarismos que la amenazan desde fuera, sino, como ha mostrado Jean Bethke Elshtain en su lúcido ensayo La democracia puesta a prueba, hay un ethos democrático contra el que atentan el individualismo y el presentismo de nuestra sociedad”.