El momento actual es uno de los más críticos que atraviesa el país en materia de delincuencia, no solo por el sostenido aumento de delitos, sino sobre todo, por su nivel de violencia. Matar al otro a sangre fría sin importar el daño y las consecuencias se está convirtiendo tristemente en algo cada vez más frecuente.
Por Tania Merino M.
Los asesinatos alcanzan cifras históricas. Solo en 2022, el país registró 934 muertes por esta causa, según datos del Centro de Estudios y Análisis Delictual (CEAD), convirtiéndose en la estadística más alta de la última década. De ellos, 98 ocurrieron en la Región del Biobío.
La sensación de inseguridad se ha asentado de tal manera en nuestra sociedad que parece necesario analizar si existe una desvalorización de la vida. Cada vez con mayor frecuencia, por ejemplo, los medios de comunicación incorporan términos como sicariato, narcofunerales y exponen el uso de armas de fuego.
Efectivamente, una porción importante de estos delitos está asociada con el crimen organizado, como lo evidencia el Observatorio Jurídico en su informe “Homicidios: radiografía a su persecución”. Sin embargo, es necesario recordar que también ha crecido el número de intentos de femicidio.
Previo a la pandemia, en 2019 se registraron 155 casos a nivel nacional, 46 de ellos terminaron en la muerte de una mujer. En 2022, en tanto, hubo 223 casos en que un hombre atentó contra una mujer con quien ha tenido en algún momento una relación o un hijo en común. De ellos 180 fueron frustrados y 43 consumados. En lo que va de este año (al 15 de abril) Sernameg reporta 71 episodios, 10 consumados.
Además, los informes en materia de seguridad muestran un aumento en los casos con porte ilegal de armas, pasando de 4.351 en el país en 2021 a 6.673 en 2022. En el Biobío el incremento fue de 354 a 502. Las violaciones y otros delitos de alta connotación pública también van en alza.
El descontrol como eje
Con las cifras claras, lo primero es intentar descifrar a qué obedecen estas conductas delictuales. La psicóloga clínica y perito forense en materias penales, Claudia Riquelme, explica que, asociado al tema de los asesinatos, siempre hay descontrol de impulsos. Sin embargo, a partir de este elemento esencial en común es necesario hacer ciertas distinciones. En primer lugar, asegura, están aquellos que actúan de forma circunstancial, por un arrebato aislado y que una vez superado logran enjuiciar su conducta y sentir arrepentimiento.
Un segundo grupo corresponde a aquellos que poseen trastorno psicopático o sociopático, que, si bien desarrollan conductas antisociales, contrarias a la ley, tienen como característica esencial la ausencia de codificación de experiencias y vivencias emocionales propiamente humanas, y por ende carecen de todo tipo de empatía y remordimiento.
“No obstante -aclara de inmediato la psicóloga y académica UNAB- solo un pequeño porcentaje de la población tiene este diagnóstico y, por lo tanto, es poco probable que los hechos que hemos conocido en el último periodo puedan explicarse a partir de este prisma, salvo en casos específicos”.
Por último, encontramos un gran grupo que presenta trastorno de la personalidad antisocial, diagnóstico que es prevalente en población criminal y cuyo funcionamiento se caracteriza por la hostilidad con la que perciben a otros ajenos a sus seres significativos o familia. Ellos, “tienen escasa capacidad para evaluar adecuadamente las consecuencias de sus actos, así como un débil desarrollo moral, aunque sí pueden experimentar arrepentimiento”.
En ocasiones estos sujetos “reinciden en los actos violentos por la ausencia de una identidad alternativa a la delictual, no necesariamente como un acto de desprecio hacia la vida ajena, sino como una consecuencia de la conducta impulsiva, la incorporación de valores criminógenos y escasas herramientas tanto cognitivas como emocionales, muchas veces agravado por el consumo de sustancias”, señala la psicóloga.
Un problema moral
La explicación de Claudia Riquelme, quien además es especialista en Psicodiagnóstico y Evaluación Forense y en Psicoterapia de Pacientes de Alta Complejidad es clave para echar por tierra patologías mentales de base como motor de estos crímenes, salvo en contadas excepciones. El problema tiene entonces un eje moral que es clave.
El arzobispo de Concepción, Fernando Chomali, ha sido una de las voces que ha manifestado preocupación con la situación actual. Se ha referido a las cifras exhibidas como una “cultura de la muerte”, donde la vida humana, para quienes cometen estos atentados en su contra, no tiene ningún valor.
Chomali es un estudioso de temas vinculados a la moral. “Muchas personas -reflexiona- son capaces de matar a otro para obtener algún tipo de beneficio. Detrás de esa visión de la vida y del mundo está una concepción del ser humano muy frágil y sesgada, donde ha dejado de ser alguien para convertirse en algo que es considerado como cosa y que puedo hacer de él lo que me plazca”.
A su juicio son muchos los factores que han llevado a este “panorama tan gris”. Una de las causas, analiza, “es el emerger de la subjetividad personal y el deseo como valores absolutos. El obtener lo que se quiere se convierte en la más alta jerarquía de los valores aún en desmedro de la vida de los demás”.
“La única manera de enfrentar la violencia bajo todas sus formas es volver a una educación integral, donde la dignidad del ser humano esté en el centro. Ello exige una educación en la casa, en la escuela, en el barrio donde prime el ser de las personas por sobre el tener o el hacer”.
Mons. Fernando Chomali, arzobispo de Concepción.
Contexto social
Sin duda existen factores ambientales que favorecen la situación que hoy experimenta el país. Desde una perspectiva psico jurídica, explica Riquelme, la conducta criminal en sus distintas manifestaciones es el resultado de muchos más elementos que solo la cultura. Entre ellos menciona algunos sociales y otros íntimos como las experiencias tempranas y familiares que van a influir en el ajuste normativo de los sujetos.
“Ahora bien, ¿por qué las personas respetamos la ley? Básicamente encontramos un beneficio en ello. De alguna forma generamos un compromiso con el sistema sociopolítico al que pertenecemos. Apegarnos a la ley es la manifestación de la confianza que hay en que los sistemas funcionan y nos protegen, favoreciéndose así estilos de vida más prosociales y menos individualistas”.
El sociólogo, Francisco Fuentes, pone sobre la mesa diversas contingencias que han marcado un cambio. “Hemos vivido un estallido social, posteriormente un prolongado encierro debido a la pandemia, que trajo consigo una serie de consecuencias en la salud mental. Actualmente, nos enfrentamos a los resultados de ambas situaciones”, señala.
Por otra parte, menciona, una alta polarización política y una crisis económica, tanto nacional como internacional que tensionan la vida social. Sumado a lo anterior, “todas las problemáticas que se han generado por procesos de migración y delincuencia no controlada en nuestro país han ido desencadenando un sentir negativista de lo que depara el futuro”, enumera.
Frente a esto, dice el académico de la Facultad de Comunicación, Historia y Ciencias Sociales UCSC, “es lógico, que los conflictos y los problemas se profundicen. Ahora, los cambios y los problemas en un mundo altamente conectado están lejos de disminuir. Frente a estas problemáticas es donde se hace necesario la integración de una sociedad y el trabajo en comunidad, que lamentablemente es la condición que estamos perdiendo”.
Cada crisis, ya sea social, política, religiosa, científica y tecnológica, entre otras, trae consigo un riesgo de relativización del valor de la persona, asegura Fuentes. “En cada una de ellas debemos repensar lo humano, nuestros roles, nuestras metas, los alcances que estas tendrán. En cada una de ellas, corremos el riesgo de perder de vista que nuestra meta debe ser proteger la dignidad humana, unida indisolublemente a una comunidad”.
Las guerras, las crisis políticas, las crisis económicas, ambientales y tecnológicas aparecen como ejemplos claros de que, “en más de una oportunidad, hemos perdido de vista estos valores que representan en esencia lo que somos, seres humanos, y hemos preferido dar rienda suelta, o más bien priorizado, intereses de grupos específicos en vez de la búsqueda del bien común”.
“Cada crisis, ya sea social, política, religiosa, científica y tecnológica, entre otras, trae consigo un riesgo de relativización del valor de la persona”.
Francisco Fuentes, sociólogo UCSC
Acciones necesarias
Está claro que la solución no es instantánea ni fácil y que tampoco nunca será total, sin embargo, la situación amerita acciones. Más porque, tal como explica la psicóloga, el aumento de conductas altamente reactivas no solo se observa en el plano criminógeno, sino también en niños, niñas y adolescentes que cada vez despliegan conductas infractoras a más temprana edad.
Ante esto Chomali apunta a que, “la única manera de enfrentar la violencia bajo todas sus formas es volver a una educación integral, donde la dignidad del ser humano esté en el centro. Ello exige una educación en la casa, en la escuela, en el barrio donde prime el ser de las personas por sobre el tener o el hacer. Además, es importante una formación de orden espiritual y ético, donde se aprenda a distinguir los medios de los fines”.
“Cuando un medio, como el dinero se convierte en un fin, comienza el espiral de la violencia para obtenerlo como sea, a través del robo, corrupción, cohecho, asesinato. Cuando se tiene claro que el dinero es un medio para obtener un fin más alto como es el bien de la persona, la familia y la comunidad, es obvio que la cultura se aleja de la violencia”, reflexiona