Capillas arrasadas por el fuego: Reconstruir un espacio de encuentro y oración

Experimentar la fe en un sector rural es distinto a hacerlo en un centro urbano. En las pequeñas localidades un templo no es solo un lugar de oración, es también un punto de encuentro, refugio de la soledad de la vejez o del aislamiento en las zonas más apartadas. De ahí que la pérdida de varias de ellas impacte tan fuerte en las distintas localidades.


Por Tania Merino M.

Solo en la comuna de Santa Juana se contabilizan cinco capillas arrasadas por los recientes incendios. En diciembre de 2022 el fuego afectó a Santa Rita de Casia y a la escuela y la casa del profesor, ubicadas en los alrededores. El resto de las afectaciones ocurrió en febrero de este año. 

Si bien es cierto para muchos son simples edificaciones sin moradores, que pasan a segundo plano frente a la pérdida de viviendas y de vidas, para los fieles de pequeñas localidades tienen un significado especial y forman parte de sus vidas. En ellas no solo depositaron su fe, sino que también vivieron momentos que los marcaron a ellos y a sus familias, pero, además, son estructuras por las que trabajaron arduamente, para levantarlas, mantenerlas o para hacerlas crecer.  

En María Reina de la Paz, por ejemplo, prácticamente todos los habitantes del sector Diñico participaron de beneficios organizados para restaurar el pequeño templo de adobe del deterioro causado por el paso del tiempo. Tras el incendio, no quedó nada. 

En San Ignacio de Loyola del sector Tres Rosas, la comunidad realizó colectas y donaciones para construir una sencilla sala de reuniones a un costado de la estructura principal. Ambas se quemaron. En el terreno, lo único que permanece en pie es la imagen de la Virgen que se yergue intacta y una cruz de madera. Para muchos, sin duda una señal o un milagro. 

En Poduco Alto, en medio de árboles carbonizados y a un costado de la losa de cemento o radier de lo que fue la capilla Sagrado Corazón se alza una gruta, también intocada por el fuego. A ella acuden a rezar los damnificados del lugar. 

De San Francisco de Asís, en Colico Bajo, fundada hace unos 45 años, hoy resta solo la cruz blanca de la entrada. Allí se realizaban novenas, Mes de María, misa mensual y reuniones y desde hace 12 años era el punto de encuentro para un centenar de personas que pasaba todo el día de Navidad compartiendo con otros fieles. 

Si bien Santa Juana fue la zona más afectada, en la Región del Biobío muchas comunidades registraron pérdida total o parcial de espacios vinculados a la fe. Entre ellas, Punta Lavapié, Tomé, Florida, Yumbel, Rafael, Contulmo y Hualqui. 

Un vínculo especial

Distinto a cómo se vive la fe en las ciudades, por el ritmo de vida, la pertenencia, las características de la población, etc., el vínculo existente entre los fieles con sus templos es mucho mayor. En el caso de San Ignacio de Loyola, Ramón Galindo y su madre tuvieron la idea de construir la capilla. Al principio ahorraron para una de propiedad exclusiva de la familia y cuando en 2011 lograron una cifra que les permitiera comenzar los trabajos decidieron hacerla realidad.

Sin embargo, pronto la idea llegó a sus vecinos que sintieron también la necesidad de tener un lugar de oración. Comenzaron las rifas y los platos únicos, la familia de Ramón donó el terreno y el Arzobispado apoyó también la iniciativa. Fue trabajo de muchos y un hito que los unió a los habitantes de Tres Rosas. “Nos seguiremos levantando una y mil veces. Quizás con menos fuerzas, más lento, porque hace 10 años, yo recién tenía poco más de 40 y tenía un poco de juventud. Ahora va a costar más, pero, insisto, la vamos a levantar de alguna manera”.  

Ramón Galindo sufrió afectación parcial por los incendios en una bodega de su propiedad, sin daños a personas. 

María Inés Hernández de 55 años, en tanto, lo perdió todo. Ella y su marido, Sergio, perdieron su casa en Diñico, sus huertas, el cultivo de ají que vendía en la feria de Lota y, por lo tanto, su fuente laboral, además de sus animales de compañía. El matrimonio sin hijos ha dedicado parte importante de su vida al trabajo comunitario. María Inés es presidenta de la junta de Vecinos y encargada de la comunidad católica de María Reina de la Paz. Por eso se siente tantas veces golpeada por el incendio que, junto con todo lo suyo, destruyó la sede vecinal y el templo.  

“Para mí mi capilla era un soporte, quedan los recuerdos de muchos adultos mayores con los que trabajamos codo a codo, porque nosotros la fundamos. Era una parte mía, de mi vida, mi consuelo en los momentos en que me sentía mal, mi refugio y un lugar donde nos reuníamos en comunidad. Es muy triste ver todo en el suelo”, lamenta. 

Vivir la fe tras los incendios

“Me siento damnificado. He visto el fuego cerca, he tenido miedo por mi comunidad, he temido también por mi vida, he sentido, además, el dolor de ver a los que quiero perderlo todo. He visto el sufrimiento de las familias que han perdido a los suyos en el incendio y lo he sentido con ellos”. El párroco de Inmaculada Concepción de Santa Juana, Ricardo Valencia, resume así la experiencia de los últimos meses en esta comuna. Tres comunidades urbanas y 13 rurales están bajo su alero. 

Este es, sin duda, uno de los momentos más difíciles en sus 12 años de sacerdocio. Explica que el 60% de la población local tiene 70 años o más. Muchos de ellos viven en soledad y ven en sus capillas un punto de encuentro y de compañía. Para todos es un espacio con el que mantienen un vínculo especial. “Cuando se quemó su capilla se quemó parte de su vida. Es el mismo duelo que están viviendo por perder su hogar o parte de él, porque la Iglesia es también su hogar, eso es lo que ellos me transmiten y lo que siento”, describe. 

Por eso, desde que ocurrieron los incendios, el párroco junto a otros sacerdotes de toda la diócesis que han llegado a acompañarlo, han buscado formas de seguir llevando la fe a los feligreses de los templos afectados. Lo han hecho itinerando por los distintos sectores. “Hemos estado acompañados, contado con la presencia del arzobispo y de los obispos auxiliares, de muchos sacerdotes, diáconos religiosas y ministros de la comunión. Hemos celebrado la misa y la comunión y rezado el rosario en las casas o donde antes estaban”, relata el párroco. Solo la misa de mediodía dominical continúa realizándose en el templo parroquial. 

“Hemos estado acompañados, contado con la presencia del arzobispo y de los obispos auxiliares, de muchos sacerdotes, diáconos religiosas y ministros de la comunión. Hemos celebrado la misa y la comunión y rezado el rosario en las casas o donde antes estaban”.

Pbro. Ricardo Valencia

La prioridad dice, es que primero las personas y las familias puedan levantarse, reconstruir sus hogares y aliviar el impacto en términos humanos, económicos, laborales. Luego será el turno de pensar en reconstruir los templos.  

Urbano y rural: distintas formas de vivir la fe 

Es necesario entender que las comunidades rurales viven la fe de una manera muy distinta a los centros urbanos. En las pequeñas localidades, la actividad religiosa no tiene solo un sentido espiritual, también es la instancia de compañía, de compartir con su entorno, genera pertenencia y compañía.

Omar Barriga, director del Departamento de Sociología de la Universidad de Concepción explica que, en general, “el ser humano requiere de vincularse permanentemente con otros.  En ambientes rurales, las oportunidades prácticas para establecer redes de contacto amplias son más restringidas que aquellas en ambientes urbanos”. Esto no significa, aclara el académico, que las redes urbanas sean mejores, solo que hay más alternativas.   

Desde esa perspectiva, agrega, “creo que la fe religiosa cumple con un rol sumamente importante como punto de encuentro de una comunidad que está relativamente dispersa. El reunirse para hacer culto, aunque sea una vez por semana (y frecuentemente es más recurrente que eso), puede impactar positivamente sobre las redes sociales que se pueden establecer y los impactos que se puedan producir de ellas”. 

“Nos seguiremos levantando una y mil veces. Quizás con menos fuerzas, más lento, porque hace 10 años, yo recién tenía poco más de 40 y tenía un poco de juventud. Ahora va a costar más, pero, insisto, la vamos a levantar de alguna manera”.

Ramón Galindo, habitante sector Tres Rosas. 

Respecto del impacto que puede tener la pérdida material de los templos advierten que este mismo sentido de comunidad los llevará a superar lo acontecido. “Lo que une a estas personas no es el espacio que ocupan, sino la fe que comparten… La fe es mucho más fuerte que el incendio y la iglesia (como estructura física).  Lo importante de la iglesia es lo simbólico y lo espiritual.  Esto no implica que estas comunidades no hayan sufrido un golpe muy fuerte. Por lo tanto, recuperar sus espacios de culto es una tarea importante.  Pero, me atrevo a decir que, en comunidades unidas, como la gran mayoría de las iglesias rurales son, van a ver esto como un reto que deberán superar juntos y se fortalecerán por haberlo asumido”, concluye.