Las “pseudo-sorpresas” de Joseph Ratzinger / Benedicto XVI

Es tanto lo que se podría decir sobre la inmensa figura de Joseph Ratzinger como teólogo, Papa y Papa emérito, pero me restrinjo a dos elementos que pueden resultar sorprendentes para quienes lo vieron como alguien grave, adusto y distante. 

El amor. Para muchos de los creyentes y de los teólogos que recibieron la elección de Joseph Ratzinger como Papa como una especie de mazazo en la cabeza, debió haber constituido una inmensa sorpresa el que su primera encíclica haya sido sobre el amor: “Deus caritas est” (Dios es amor). ¿Quién se iría a imaginar esto del anteriormente llamado “Cardenal Panzer”? Sin embargo, que Dios es amor, fue su convencimiento y su experiencia siempre, como expresaba ya en 1968 en su libro “Introducción al cristianismo”. Allí, por citar sólo un pasaje, dice al comentar la frase de Jesús “Yo les digo que en el cielo será mayor la alegría por un pecador que haga penitencia que por noventa y nueve justos que no necesitan de penitencia” (Lc 15,7): “Si queremos deducir de este texto quién es Dios, diremos que es el Dios que nos sale al encuentro, el Dios antropomórfico y afilosófico, como en otros muchos textos del Antiguo Testamento; padece y se alegra con los hombres, busca, sale al encuentro. No es la geometría insensible del universo, no es justicia neutral que se cierne sobre las cosas sin sentimientos ni afecto alguno; tiene un corazón, está ahí como amante, con todas las extravagancias de un amante”. Subrayo la osadía de la expresión “con todas las extravagancias de un amante”. No es de extrañar que años después, en la encíclica ya mencionada haya tenido la audacia de colocar el eros en Dios, cuando gran parte del cristianismo había colocado el amor o ágape en Dios y el eros en el ser humano, en cuanto pasión baja y descontrolada. Más aún, en su Mensaje para la Cuaresma de 2007 escribió: “En la cruz se manifiesta el eros de Dios por nosotros… ¿Qué mayor ‘eros loco’ que el que impulsó al Hijo de Dios a unirse a nosotros hasta el punto de sufrir las consecuencias de nuestros delitos como si fueran propias?”

La alegría. Muchos se sorprenderán también al enterarse de que uno de los temas recurrentes de Ratzinger fue la alegría. En 1988 se publicó su libro “Servidor de vuestra alegría”, donde reunió siete meditaciones sobre el sacerdocio: “El motivo constantemente presente en estas reflexiones es el gozo que brota del evangelio. Espero, pues, que este pequeño volumen sea un modesto ‘servicio de alegría’ y pueda responder así al sentido más hondo de la misión sacerdotal”. Múltiples fueron las ocasiones en que manifestó que la alegría es un elemento esencial del cristianismo. Su Exhortación Apostólica Postsinodal “Verbum domini” de 2010, sobre la Palabra de Dios en la vida y misión de la Iglesia, está recorrida de principio a fin por la alegría. En su Exhortación Apostólica “Porta fidei” de 2012, indica que desde el principio de su ministerio como Sucesor de Pedro nos ha “recordado la exigencia de redescubrir el camino de la fe para iluminar de manera cada vez más clara la alegría y el entusiasmo renovado del encuentro con Cristo” (n.2). En su última catequesis pronunciada el 27 de febrero de 2013 dijo: “Me gustaría que cada uno se sintiera amado por ese Dios que ha dado a su Hijo por nosotros y que nos ha mostrado su amor sin límites. Quisiera que cada uno de vosotros sintiera la alegría de ser cristiano”. Al final de su ministerio tocó los dos puntos mencionados, el amor de Dios y la alegría del cristianismo.

Sin duda ahora estará disfrutando de la alegría del amor pleno.

Dr. Arturo Bravo

Académico 

Facultad de Estudios Teológicos y Filosofía UCSC