Diálogo

Salud mental: la raíz del problema

El Estado reafirmó su compromiso con tratar la salud mental como una prioridad, tema con el que se está al debe, y que se agravó durante la pandemia. ¿Hay más afecciones hoy en la sociedad o solo se han hecho más visibles? Una mirada desde las perspectivas médica y espiritual, busca contribuir a reflexionar en […]


El Estado reafirmó su compromiso con tratar la salud mental como una prioridad, tema con el que se está al debe, y que se agravó durante la pandemia. ¿Hay más afecciones hoy en la sociedad o solo se han hecho más visibles? Una mirada desde las perspectivas médica y espiritual, busca contribuir a reflexionar en torno a la situación actual.

Por Carolina Astudillo M.

Es un concepto con mucha carga social. La salud mental no solo es preocupante por las altas cifras de afecciones que se están registrando en la población. Hay también muchas cifras en las sombras, de quienes no se diagnostican ni reciben tratamiento, los costos de atención pueden ser inalcanzables para muchos, y se vive en una sociedad donde este tema es muy parecido a un tabú: muchas personas pueden sentir vergüenza de estar pasando por una enfermedad de este tipo, que incluso es tratada en el mundo del cine con personajes antagonistas o como un género de terror.

La ansiedad y la depresión son algunas de las afecciones más prevalentes en Chile, y agravadas durante la pandemia. En el último estudio del “Termómetro de la Salud Mental en Chile ACHS-UC” de mayo de este año, arrojó que un 34,1% ha consultado a un profesional sobre problemas emocionales o de salud mental desde inicios de la pandemia, más del doble al registro de agosto de 2021 que fue de un 16,7%. Asimismo, uno de los problemas con mayor aumento ha sido la ansiedad, causada principalmente por escenarios de incertidumbre económica y socio-política, sobrecarga laboral, y preocupaciones de salud.

Con motivo del Día Mundial de la salud mental, conmemorado el pasado 10 de octubre, el Gobierno reiteró este tema como una prioridad. ¿Hay hoy más problemas que antes o se ha visibilizado más esta situación? 

El hermano “pobre” del sistema

Para la psicóloga Silvia Valenzuela, Directora del Diplomado en Salud Mental del Niño y del Adolescente de la Universidad Católica de la Santísima Concepción, este es un problema que de a poco se ha ido visibilizando, y la nueva estrategia del Estado es un aporte para dar respuesta a esta demanda. “Antes de la pandemia las brechas en salud mental ya eran altísimas, especialmente en personas que son diagnosticadas pero que no reciben el tratamiento que requieren para determinada patología. Sabemos que con la pandemia esto se intensificó, las cifras empeoraron y todavía se da cuenta de esa gran brecha. La salud mental es el ‘hermanito pobre de la salud’, y por sus costos y disponibilidad, para muchas personas es muy difícil acceder a una hora especializada. Muchos solo reciben atención primaria, donde quizás no existe la especialidad o condición para hacer el tratamiento”.

Para la profesional, es importante considerar una preocupación integral, que considere especialización etaria y la diversidad de enfermedades mentales. Las horas de atención especializada no están pensadas para personas con pocos recursos, y muchos especialistas ya no están dando horas para nuevos pacientes, o no tienen agenda hasta diciembre.

También hay déficit de especialistas. Como detalla Silvia Valenzuela, hace un par de años había menos de 200 psiquiatras infanto-juveniles, “y eso no da abasto para las necesidades de la población. Ahora hemos tratado de contribuir como Facultad en formar especialistas, pero es un problema país importante, y donde también debe abordarse el acceso a la atención”.

¿Qué nos enferma?

La reflexión ante la salud mental ha permitido avanzar en reconocer afecciones muchas veces motivadas por el contexto social. Y la situación de pandemia mundial ante el Covid-19, lo evidenció con más fuerza. La psicóloga y académica de la UCSC, detalla que la pandemia no fue un tema menor como factor de aislamiento, sobrecarga laboral, excesivo consumo de fármacos sin supervisión médica, y aumento de trastornos ansiosos y depresivos. 

Y en este contexto, un grupo especialmente vulnerable estuvo más afectado: lo que ocurre con los adultos mayores, más aislados, y sin apoyos concretos. Las pérdidas, la soledad, abandono por parte de la familia, poca participación en eventos sociales, los duelos enfrentados solos, dificultades físicas para acudir a solicitar ayuda, o tener acompañamiento en domicilio. “Ellos también puede generar muchos síntomas depresivos o adaptativos, asociados al aislamiento que incluso fue propiciado por las medidas de prevención, que nos llamaban a no acercarnos para evitar los contagios. Silvia Valenzuela indica que no hay un espacio de atención específico para adultos mayores, lo que significa un gran desafío. 

No obstante, indica, se ha dado importancia a estas enfermedades, y tomado en serio características que se asumían como normales, con más divulgación sobre qué es una psicopatología. “Antes se invisibilizaba y normalizaba o había timidez a la hora de consultar. Pero cada vez hay más redes de apoyo, por ejemplo, en los colegios existen las duplas psicosociales, o en los centros de salud el espacio amigable adolescente, y esto es un cambio importante. Pero si bien tenemos la posibilidad de detectar, falta aún hacerse cargo de las atenciones”.

Estilos de vida que pasan la cuenta

¿Qué pasó en el mundo para que saliéramos de enfermedades como la desnutrición, la tuberculosis y el cólera, y tuviéramos como principal causa de muerte las enfermedades cardiovasculares? Sin duda, el desarrollo de la medicina, mejor acceso a servicios de agua potable, educación, y trabajo. Una vida urbana más desarrollado, pero a un ritmo cada vez más acelerado.

La incertidumbre es parte del día a día. El sacerdote Felipe Bezanilla, indica que la situación social y política que hoy vive el país provoca una sensación de inseguridad, ansiedad y angustia. Hemos cambiado muchos modos de vivir las cosas, que nos han agudizado los problemas”, indica, lo que se resume en una “pérdida de paz”.

El uso de pastillas, la aceleración de la vida, los cambios rápidos y el imperativo de adaptación fuerte a lo nuevo, hacen que “la experiencia de la paz se haga más difícil” dice el sacerdote, y todo ellos que pasa afuera, “tiene repercusión en el alma, como la inquietud y la insatisfacción”.

Los cambios en los valores han puesto el foco en la juventud y la vitalidad, relegando a los adultos mayores. El mundo de la imagen ha tornado el interés hacia lo aparente y lo externo, y “la parte de la interioridad, lo que pasa consigo mismo queda desatendido. El acceso a la información y a los productos son rápidos, y produce satisfacción. Cuando eso no se da, provoca insatisfacción. La demora en alcanzar un objetivo afecta fuertemente hoy a las personas y se ve incluso en los niños, y esto hace que el alma se afecte y provoque desórdenes”, explica Bezanilla. 

Esto, indica el sacerdote, está en estrecha relación con la experiencia de fe, la religiosidad y la paz. “La salud mental es tener paz. No significa no tener problemas, pero creo que todo lo que nos regala la experiencia de fe en torno a la paz va respondiendo a las enfermedades mentales. Se han agudizado enfermedades psicológicas relacionadas a la ansiedad, el agotamiento, crisis de pánico y la falta de sentido, que hoy se ven con fuerza. Esto está ligado con la falta y búsqueda de paz, y cuando hay una religiosidad vivida, un contacto con Jesús estrecho y personal, se nos regala la experiencia de la paz. Ella es estar con una satisfacción y plenitud interior, como también de gratitud de la vida”. 

Tener tiempo

“Hay que darse tiempo, para darse cuenta, para darse amor”, enfatiza el sacerdote schoenstatiano. “La adoración, el silencio y el reconocimiento de Dios en la vida, la actitud de reverencia ante la adoración, es super importante en nuestros tiempos. Cultivar esto podría provocar que las ansias se vayan. El agradecimiento también. En nuestras relaciones personales muchas veces prima el ‘lo que me merezco’ y eso nos va quitando la dimensión de Dios en todas las cosas, y el amor que las personas me tienen. Me encierra en un mundo de transacción y de vacío, no abierto a la amistad. Toda esa riqueza se va cuando no se vive en la gratitud, que permite despertar la solidaridad. Esto también pasa por el tiempo: detenerse, valorar”. 

Por otra parte, y reconociendo al ser humano como un ser social, la soledad es otro gran enemigo de su paz. “Hoy la gente está muy sola en su trabajo, en sus desafíos, en sus compromisos, y el alma no está descansando en el corazón de su hermano. Hay menos experiencia de grupos, de confianza, la misma familia se ha ido disgregando. No se puede regalar ese espacio de acogimiento”, por lo que cultivar la vida en comunidad, la solidaridad y las acciones cubiertas de sentido, son un gran aliado a la hora de construir paz.