Frente a la inmensa crisis que se vive a nivel mundial que ha desembocado en una guerra, sumado a los problemas que tenemos en Chile con la violencia por doquier, es necesario hacer una reflexión en torno al mal. Tema especialmente relevante en este tiempo en que celebramos la muerte y resurrección de Jesucristo.
El mal más que una definición de orden filosófico como ausencia de bien, es una realidad que nos acecha día a día, que nos hace sufrir a nosotros y a los demás. Lo vemos por doquier. Hasta ha penetrado en los colegios con una fuerza inusitada. Estará siempre presente.
Muchas veces experimentamos impotencia, angustia y desesperación frente al mal. A veces nos duele no poder hacer algo para aplacar su ira. Desde el punto de vista moral no estamos obligados a luchar contra todos los males del mundo. La razón es porque no tenemos ninguna capacidad para lograrlo, por lo tanto sería ineficaz.
Lo que sí podemos es no hacer nunca el mal y hacer el bien posible. Es tarea y responsabilidad nuestra detectar lo que opaca la dignidad del hombre en el ambiente en el que nos encontramos y hacer el bien. Eso es muy concordante con nuestra condición humana. Las personas que responden al mal del mundo y al que ellos mismos padecen con el bien, son los que van a cambiar el mundo. Es por ello que la tarea de la Iglesia es tan fundamental. Nuestras obras al servicio de los demás es testimonio de ello.
Sin negar que hay cambios a nivel político, social y económico que requieren modificar las estructuras, pienso que es el cambio de cada uno de nosotros el que va a producir cambios mayores y significativos. Esa es nuestra responsabilidad, única, personal e intransferible y frente a la cual tendremos que responde en cuando yo.
Esa fue la experiencia de Jesucristo que respondió al mal con bien, sacó bien del mal y lo hizo hasta el extremo. Es muy impresionante ver a Dios que se hace hombre hasta el extremo de padecer todas las injusticias que un hombre puede padecer para solidarizar con nuestra condición humana tan martirizada y ofrecerla por el mundo entero para el perdón de los pecados y luego, en virtud de su divinidad, resucitar y abrirnos a la esperanza de que también resucitaremos con Él. Es un mensaje extraordinariamente relevante que bien vale la pena creer con todo nuestro ser.