Desde una perspectiva bíblica y teológica, la vocación fundamental del ser humano es amar y ser amado. Amar significa querer el bien del otro, entregarse sin medida, sacrificarse si fuese necesario. Amar es descubrir el valor inconmensurable del otro y valorarlo por lo que es y no por lo que hace o tiene. La experiencia nos dice que en un ambiente donde prima el amor somos capaces de reconocernos parte de una comunidad, de respetarnos, de crecer como personas y vivir en paz. No es casualidad que el mandamiento principal que nos dejó Jesús es amar a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo.
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