Prof. Dr. Arturo Bravo
Facultad de Estudios Teológicos y Filosofía – UCSC
Una gran paradoja, relacionada con la celebración de la navidad, surge de un sencillo y cuestionador cambio de letras: que la navidad se convierta en expresión de vanidad con lo que se pervierte radicalmente su significado. Realidad tan extendida, pero que no voy a comentar, sino que se las dejo ahí, rebotando…
Pero la primera y más fundamental paradoja es que Dios se haya hecho ser humano, algo inconcebible, que rompe toda lógica, pues el creador todopoderoso, por amor, se convierte en creatura, asumiendo así su condición limitada.
En nuestra celebración habitual de este acontecimiento salvífico, se produce generalmente una simplificación, entendida ésta como la consideración de sólo un aspecto de una determinada realidad o situación, tema tan bien planteado recientemente por el Papa Francisco en su mensaje del 9 de diciembre de 2024 a los participantes en el Congreso Internacional sobre el Futuro de la Teología, organizado por el Dicasterio para la Cultura y Educación.
En él les expresaba un deseo “que la teología ayude a repensar cómo pensar”, donde lo primero que hay que hacer “es ir más allá de la simplificación. La realidad es compleja; los desafíos son múltiples; la historia está llena de belleza y al mismo tiempo empañada por el mal. Cuando alguien no puede o no quiere lidiar con esta dramática complejidad, fácilmente tiende a simplificar. La simplificación mutila la realidad; da origen a un pensamiento vacío y unilateral que genera polarización y fragmentación”.
En el presente tema, la simplificación consiste en una especie de erradicación o, al menos, difuminación de esta paradoja fundamental que, en lenguaje teológico, se conoce como kénosis, esto es, el abajamiento o anonadamiento de Dios, tal como lo expresa el himno cristológico de Filipenses 2,6-11, en donde aparece una doble kénosis de Cristo, la primera, que se hizo hombre; la segunda, que se hizo el último de los hombres por su muerte en cruz, la pena de muerte más cruel y degradante en esos tiempos. Pero ¿dónde está la relación con la navidad? Veamos.
Relatos sobre la infancia de Jesús encontramos sólo en dos de los cuatro evangelios canónicos en los primeros dos capítulos de Mateo y Lucas. Y en relación a su nacimiento ambos son bastante parcos. Mateo dice. “ella (María) dio a luz un hijo, al que José puso por nombre Jesús” (Mt 1,25). Y Lucas: “Mientras estaban allí, se le cumplieron los días del alumbramiento y dio a luz a su hijo primogénito. Lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en el albergue” (Lc 2,6-7). De una mezcla de estos evangelios vienen los elementos del pesebre: el pesebre y los pastores del evangelio de Lucas, y los magos del de Mateo.
Pero el problema de simplificación radica en que la imagen del pesebre ha “domesticado” o suavizado románticamente a lo largo de la historia una parte de lo que se quiso transmitir. Si bien es cierto que, por una parte, “encontramos la ternura y el amor de Dios que se inclina sobre nuestros límites, sobre nuestras debilidades, sobre nuestros pecados y se abaja hasta nosotros… hasta ser acostado en un pesebre” (Benedicto XVI, Catequesis 21.12.2011); por otra parte, olvidamos que el pesebre era un comedero de animales y, por tanto, un lugar inapropiado e indigno para el nacimiento de cualquier niño, y más aún el del salvador del mundo: “Dios se abaja hasta ser acostado en un pesebre, que es ya el preludio del abajamiento en la hora de su pasión. El culmen de la historia del amor entre Dios y el hombre pasa a través del pesebre de Belén y el sepulcro de Jerusalén” (Benedicto XVI, Catequesis 21.12.2011). Este nacimiento se describe según el esquema de la paradoja. Jesús es el Salvador, el Mesías, el Señor (Lc 1,11), y sin embargo su nacimiento se produce en el despojamiento y la pobreza. Aquí es donde el comedero de animales y la cruz se tocan. La sombra de la cruz se proyecta ya sobre estos primeros días de su vida.
El sentido del Pesebre
En el pasaje del nacimiento de Jesús en un pesebre se pueden reflejar tantas historias de marginación y sufrimiento dolorosamente presentes en la historia de la humanidad hasta el día de hoy. De ahí que el pesebre y la cruz nos llamen a reflexionar sobre nuestras propias estructuras sociales. Si el Hijo de Dios nació en la pobreza y murió como un marginado, ¿qué dice eso sobre nuestras prioridades como sociedad? ¿estamos dispuestos a abrir espacio para los excluidos, a defender a los vulnerables y a transformar las estructuras que perpetúan la desigualdad?
El humilde nacimiento de Jesús en una pesebrera y su injusta muerte en la cruz son dos momentos que revelan tanto la profundidad de las injusticias humanas como la grandeza del amor divino. Estos eventos están conectados por un hilo de humildad, entrega y redención, y nos desafían a vivir de acuerdo con los valores del reino de Dios: justicia, compasión y amor incondicional.
El mensaje novedoso, escandaloso y rupturista de este pasaje está en que nos muestra que Dios se manifiesta, se hace presente, en lo pequeño, en lo humilde, en lo sencillo, en la impotencia y en el fracaso, en una palabra, en la cruz. Dios está justamente donde nosotros con nuestros criterios de éxito, prestigio y fama creemos que no está.
En cada Navidad, Dios nos ofrece en ese niño desamparado la oportunidad de descubrir esta paradoja y de convertirnos a los criterios del Reino, porque en un mundo que aún lucha con las mismas desigualdades denunciadas por el pesebre y la cruz, el mensaje de Jesús sigue siendo una luz de esperanza y un llamado urgente a los creyentes a la transformación del mismo.