Redacción Diálogo
Esta obra fue pintada en el año 1602 en Roma por Michelangelo Merisi, conocido como Caravaggio por el pueblo donde nació el artista. Muestra a tres de los apóstoles en torno a Jesús resucitado. Uno de ellos, de manos toscas y dedos fuertes, es San Tomas, que no puede creer ver resucitado a Jesús y lleno de incredulidad tiene que hundir su dedo índice en la llaga del costado.
El hijo de Dios resucitado en un gesto humilde accede a mostrar el milagro de su resurrección al que duda, y para ello abre el lienzo que le sirve de vestimenta y conduce su dedo al interior de la herida. Todos miran inclinando sus torsos y abriendo mucho los ojos para contemplar la herida.
Los apóstoles en esta imagen son hombres rudos, de trabajo manual, envejecidos con la frente surcada de arrugas y uñas sucias del trabajo, con túnicas raídas. Es la primera vez que alguien se atreve a imaginar esta secuencia de la historia bíblica sin idealizar a los protagonistas, y precisamente ese rasgo fue el que supuso la modernidad y el nuevo lenguaje de Caravaggio.
Creador del tenebrismo, el artista sorprende a todo el siglo XVII con este intenso efecto lumínico donde los motivos aparecen fuertemente contrastados con luces intensas y oscuridades profundas.
En tiempos de Contrarreforma había que crear piedad en el pueblo por medio de imágenes elocuentes que hicieran justicia al dolor, al padecer, a aquellos tiempos remotos en los que Cristo existió. Se trataba de que el pueblo del siglo XVII, en su mayoría analfabeto, pudiera captar el mensaje de una iglesia que buscaba la reconciliación tras la enorme escisión que supuso la Reforma Protestante.
Y es que es casi seguro que los apóstoles y Cristo fueran así, judíos toscos, hombres de trabajo manual que con túnicas raídas y manos rudas marcaron la historia hace casi dos milenios en Judea.
La obra mide 107 X 146 centímetros y está en Alemania, en Potsdam, en el Palacio de Sanssouci.