El ser humano ha tratado de predecir el futuro desde los inicios de la civilización. Las formas de adivinación incluyen las más diversas “técnicas”, como analizar cenizas, entrañas de animal, alimentos, runas… y lo más trascendido en Occidente, la interpretación de las cartas. Inclusive los nazis sucumbieron a prácticas esotéricas. Pero ¿qué lleva al hombre a querer anticiparse al devenir? Si el futuro está en construcción y, por ende, aún no existe como tal, ¿se puede anticipar?
Para el sociólogo Luis Marcelo Silva Burgos, académico de la Universidad San Sebastián Concepción, en toda cultura se reconoce a personas “iluminadas”. “Ellas han ejercido distintas funciones, desde el simple liderazgo hasta la adivinación mística, en el otro extremo. Este tipo de personajes siempre ha cumplido el rol de mediar entre la esperanza y el fracaso de los hombres, influyendo sobre las decisiones de cada uno de ellos”, dice.
Para Silva, esta inquietud hoy se ha vuelto bastante transversal, debido al efecto de las redes sociales sobre las personas. “Es bastante habitual que nos encontremos con personas con habilidades de pensamiento crítico muy desarrollado, no creyendo de forma automática en lo que se plantea en las redes, pero lamentablemente también es usual encontrarse con personas que no poseen dichas características, que sucumben rápidamente ante cualquier discurso, independientemente de lo inverosímil que resulte”, afirma.
Ahora, ¿existe una sensación de que el futuro será más auspicioso que el presente? “Puesto que la única certeza que existe en la naturaleza humana es la muerte, es absolutamente factible que muchas personas intenten reiteradamente disminuir esta certeza, intentando intercambiarla por “pequeñas certezas cotidianas”. De esta forma, la búsqueda constante de respuestas brinda espacios para el “alejamiento de la muerte”, y da esperanzas de una vida llena de desafíos y oportunidades de desarrollo humano”, narra Silva.
El tarot como respuesta
Ana Carolina Hernández, psicóloga, terapeuta transpersonal y coach personal y de equipos de trabajo, emplea el denominado “tarot terapéutico” en su trabajo, como ella explica, “una forma de terapia holística transpersonal, que busca conectar con nuestra propia brújula interior con nuestra intuición, propósito y misión. El tarot terapéutico es una guía, no una regla, ya que respeta el libre albedrío. Sabemos que cada persona puede tomar decisiones que afectan en el futuro, por tanto, el “destino” es construible y modificable, por lo que la adivinación es el opuesto a esta forma de terapia”, aclara.
Karin Larenas Ortega, trabajadora social y magíster en Estudios y Desarrollo de las Familias, y también tarotista terapéutica, añade que “hay tantos tipos de tarot como intérpretes de cartas en el mundo. Los tarotistas terapéuticos interpretamos imágenes para ayudar a las personas a contar sus historias. Algunos se orientarán más hacia su uso tradicional predictivo, otros, sobre todo en las últimas décadas, lo harán más hacia lo terapéutico o evolutivo. Incluso hay quienes se acercan al tarot desde lo exclusivamente creativo. En todos los casos creo que el tarot es un espejo de nosotros mismos”, dice la profesional, quien además se dedica al arte terapia y a las constelaciones familiares.
Ana Carolina Hernández explica al tarot terapéutico/evolutivo “como el mapa de un territorio, espacio que recorre la propia persona. Por tanto, elige segundo a segundo el camino que quiere/puede recorrer”. La pregunta es: ¿cuánto de “magia” hay en esta práctica? ¿O también interviene la sugestión? “Ni magia ni sugestión. Es un tema de conexión, canalización y de sincronicidad”, enfatiza. “El mensaje llega bajo la interpretación de la pictografía propia del tarot, como también de la conexión que se establece con el consultante y la canalización de mensajes que llegan en forma de palabras, sentimientos e inclusive sensaciones”, indica la también magíster en Docencia en Educación Superior.
Ausencia de fe
El académico Pablo Uribe Ulloa, director del Departamento de Teología de la Facultad de Estudios Teológicos y Filosofía de la Universidad Católica de la Santísima Concepción, afirma que tanto el cristianismo como el judaísmo tienen una idea clara sobre la adhesión de fe en Dios: el monoteísmo. “Ello implica, como consecuencia, no seguir prácticas de idolatría, superstición, adivinación o magia, entre otras. Querer adivinar el futuro recurriendo a prácticas idolátricas y supersticiosas es no confiar en la providencia de Dios, que ofrece un misterium salutis (historia de salvación) abierta a todo el género humano. Dejarse llevar por la desesperanza es no tener firme la fe”.
Y si bien dentro del catolicismo existen ciertas “profecías” como, por ejemplo, los tres misterios de Fátima, el investigador, magister en Teología Bíblica, lo aclara: “De todas las supuestas apariciones de la Virgen María, la Iglesia ha reconocido como válidas muy pocas. Sin embargo, el mensaje de la Virgen en estas apariciones no aporta nada nuevo al mensaje ya enseñado por Jesús. En términos teológicos, la “Revelación” de lo que Dios tenía que manifestar a toda la humanidad ya fue dicho en Jesús, con sus palabras y obras, con su vida-muerte-resurrección-ascención”, concluye.