Editorial: Cada vez menos nacimientos

Me parece que la razón está en que los hijos “nos quitan autonomía”, “nos impiden hacer otras cosas”, “nos obligan a postergar otros proyectos”, y eso, en el mundo de hoy, se considera un precio caro a pagar, porque se sobrevalora el proyecto individual y la libertad, entendida como la menor cantidad posible de ataduras a compromisos permanentes.


En el Chile de hoy celebramos cada vez menos nacimientos. En el primer semestre de este año hubo 70.000 nacimientos, un 22% menos que en el mismo período del año anterior. La tasa de natalidad actual es de 1,5 hijos por mujer, y solo para el reemplazo de la población se requerirían 2,1 hijos por mujer. Nos vamos haciendo más viejos y decrecemos demográficamente.

Los niños son un regalo que alegra a nuestras familias y a nuestra sociedad. Basta con ver lo que significa un niño en una familia: el lazo que se crea con los padres, con los abuelos, con los tíos; los espacios que llenan. ¡Qué distinta es una eucaristía o comunidad cristiana donde hay familias con niños a una donde no los hay! ¡Qué bien hace ver niños en nuestras escuelas, plazas y barrios! ¿Por qué, entonces, esta dificultad para abrirse a nuevos nacimientos?

No cabe duda de que muchas cosas en nuestra cultura han cambiado, y algunas para bien, como la preocupación por el lugar de la mujer en nuestra sociedad. También es cierto que en el desarrollo y la educación de los niños surgen problemas: llega la enfermedad, a veces hay carencias materiales, surgen problemas de convivencia en la familia, en la escuela, etc. Pero así es la vida, tiene de dulce y agraz, y creo que no está ahí la razón por la cual los jóvenes no quieren tener hijos o desean tener muy pocos. Me parece que la razón está en que los hijos “nos quitan autonomía”, “nos impiden hacer otras cosas”, “nos obligan a postergar otros proyectos”, y eso, en el mundo de hoy, se considera un precio caro a pagar, porque se sobrevalora el proyecto individual y la libertad, entendida como la menor cantidad posible de ataduras a compromisos permanentes. Hoy se quiere andar libre por el mundo, con poca sujeción a otro y a los demás, lo que en definitiva no nos permite desarrollar nuestra vocación al amor. Jesús nos propone “perder la vida para encontrarla” (Mt 16, 25), “tener más alegría en dar que en recibir” (Hch 20, 35), “morir a sí para dar fruto” (Jn 12, 24), pero este lenguaje choca con nuestras hormonas egocéntricas. Preferimos encerrarnos en nuestro mundo cómodo y autosuficiente, pero al final nos iremos quedando solos, faltarán quienes puedan cuidar y acompañar a los mayores, y nuestros pueblos y barrios serán lugares de ancianos, donde cantaremos menos cumpleaños. Jesús nos dice: “El que recibe en mi nombre a un niño como este me recibe a mí” (Mt 18, 5). ¡Curiosa coincidencia! No estamos recibiendo ni a los niños ni a Dios. La baja tasa de natalidad es mucho más que un dato estadístico o un tema exclusivo de las mujeres; es un síntoma de una sociedad poco abierta al don y al amor.