
El 30 de abril el Nuncio le comunicó que sería el nuevo arzobispo de Concepción. Admite que sintió tristeza por tener que dejar Chillán donde aún quedan desafíos pendientes. No obstante, asumirá su nueva labor pastoral con el firme compromiso de trabajar por las personas más vulnerables de la sociedad.
Por Cecilia Díaz R.
Los enfermos, los migrantes, los niños y los jóvenes que tienen poco apoyo familiar en sus procesos de desarrollo estarán en el foco de la labor pastoral de monseñor Sergio Pérez de Arce Arriagada, nuevo arzobispo de Concepción. También los pobres. A ellos no debemos mirarlos como “objeto de nuestra misión o nuestra caridad, sino sobre todo como hermanos, que tienen mucho que enseñarnos y en los cuales encontramos el rostro de Cristo”, dice.
El obispo de Chillán fue llamado a liderar la Iglesia de Concepción. Una misión que espera cumplir continuando la senda que sus antecesores han recorrido, con especial atención en los pobres que son los preferidos de Jesús. Eso y muchos otros temas aborda en esta entrevista para Diálogo.
– Lo primero, ¿se esperaba este nombramiento? ¿Cuál fue su reacción ante la designación como arzobispo de Concepción?
– Es difícil esperar un nombramiento de este tipo, porque los procesos de consulta son muy reservados y en verdad no hay señales antes de que el Nuncio te lo comunique. Algunos por allí me decían que mi nombre circulaba como uno posible, pero realmente no deja de ser eso, un nombre entre otros que circula, por lo que uno no anda pensando que lo van a nombrar aquí o allá. Ahora, el día que el Nuncio me lo comunicó, que fue el 30 de abril, lo primero que pensé es en las tantas cosas pendientes que quedarán en Chillán. He tenido cierta tristeza por dejar Chillán, por los lazos creados y porque siento que necesitaba más tiempo para abordar ciertos desafíos, pero estoy bien dispuesto para servir en Concepción y agradecido de la confianza que se deposita en mí.
– ¿Qué balance hace de su labor en la Diócesis de Chillán?
– Llegué a Chillán como administrador apostólico en septiembre de 2018, con la prioridad evidente de afrontar la crisis de los abusos. Había que abordar diversas investigaciones por denuncias, que en ese momento eran seis. Obviamente era un momento difícil para todos, para los presbíteros, los fieles, los denunciantes y las víctimas. Se logró avanzar con prontitud, dentro de lo largo que son estos procesos, y se llegó a resoluciones en cada caso. Pero además había que recuperar un clima de confianza mutua, de mayor serenidad para abordar la misión cotidiana. Cuando en febrero de 2020 me nombraron obispo, el clima ya era otro, no sin problemas, pero más positivo, con más transparencia y comunión. Desde el inicio también fuimos animando la acción pastoral, con prioridades pastorales, fortaleciendo la catequesis, la formación. Hay mucha gente buena y comprometida con la misión, que le pone empeño cada día.
“Hay grupos de la sociedad muy dañados y que son una herida en la sociedad chilena: los adolescentes que están metidos en la delincuencia y en la droga, los miles privados de libertad que en la cárcel no se rehabilitan, sino que profundizan su vínculo con el crimen. Nuestra única respuesta con ellos no puede ser la policial”
– ¿Qué destacaría? ¿Le quedó algún desafío pendiente en la capital de Ñuble?
– Uf, muchas cosas pendientes. Avanzamos en formación de agentes pastorales, en prevención, en fortalecer la fraternidad y espiritualidad de los sacerdotes. Tuve la alegría de ordenar a tres nuevos sacerdotes y confirmar a muchos jóvenes. Pero las vocaciones sacerdotales y la pastoral entre jóvenes son un gran desafío al que tenemos que darle más energía. Hay gran necesidad de restaurar o levantar infraestructura religiosa y somos una diócesis modesta en recursos. Hay 18 colegios católicos, siete dependientes de la diócesis. Se hace una gran labor, pero los colegios viven apretados económicamente y con gran necesidad de renovar infraestructura. La acción pastoral siempre tiene múltiples tareas por delante y estábamos trabajando. Pero, bueno, hay que partir y la vida diocesana continúa. Cuesta renunciar a seguir liderando ciertas tareas, pero ponemos todo en manos del Señor.
Sello de los SSCC
Monseñor nació el 26 de agosto de 1963 en Quillota. Cursó sus estudios básicos y medios en Viña del Mar y, en 1982, ingresó al Postulantado de la Congregación de los Sagrados Corazones. El 15 de diciembre de 1990 fue ordenado sacerdote en la Iglesia de los SS.CC. de Valparaíso.
– ¿De qué manera su formación como sacerdote de los Sagrados Corazones influirá en su labor pastoral en Concepción? ¿Le dará un sello?
– Ser Sagrados Corazones es parte de mi ser, de mi identidad. Conocí la fe, he crecido y me he formado al alero de esta espiritualidad, en el seno de mi familia religiosa. No es algo que me ponga y me saque, va conmigo, claro dentro de mis limitaciones. Por lo tanto, la centralidad de la persona de Jesús y las actitudes de su corazón, la primacía de la misericordia, la importancia de construir un mundo más justo en solidaridad con los pobres, el espíritu comunitario, entre otros aspectos, me son muy relevantes. Ojalá pueda ser un buen hermano para los demás, y seguir contemplando, viviendo y anunciando el amor de Dios manifestado en Jesús.

– ¿Cuáles serán sus prioridades en su labor pastoral en la Arquidiócesis de Concepción?
– No he querido pensar mucho en prioridades o planes, pues tengo que darme tiempo para conocer, dialogar con mucha gente, escuchar a mis colaboradores más directos. Más bien me sumo a un camino que la Iglesia de Concepción viene haciendo. Están también las orientaciones de la Iglesia en Chile: fortalecer los procesos evangelizadores, cultivar la sinodalidad en nuestro modo de ser Iglesia, seguir promoviendo una cultura del cuidado y del buen trato, entre otras. Tenemos que seguir buscando modos de abordar el desafío de las vocaciones al ministerio sacerdotal y el encuentro con los jóvenes.
Sucesor de monseñor Chomali
A monseñor Pérez de Arce le corresponderá dirigir el Arzobispado de Concepción después de la reconocida laboral pastoral de monseñor Fernando Chomali, quien lideró por 12 años la Iglesia penquista.
– ¿Dará continuidad a las obras de monseñor Fernando Chomali?
– Como he dicho, me sumo al camino que la Iglesia de Concepción viene haciendo y, sin duda, proseguiremos todo lo bueno que monseñor Chomali emprendió en la Arquidiócesis. Entre las cosas que tengo que conocer, están las obras sociales y su modo de funcionamiento y financiamiento.
– ¿Qué grupos de la sociedad le preocupan de manera especial?
– Los pobres, en sus más diversas realidades, pues son los preferidos de Jesús. No tenemos que mirarlos solo como objeto de nuestra misión o nuestra caridad, sino sobre todo como hermanos, que tienen mucho que enseñarnos y en los cuales encontramos el rostro de Cristo. Ojalá los pobres experimenten que la Iglesia es su familia y que nosotros caminamos con ellos como hermanos. En este marco quisiera nombrar especialmente a los enfermos, los migrantes, los niños y jóvenes que tienen poco apoyo familiar en sus procesos de desarrollo. Por otra parte, hay grupos de la sociedad muy dañados y que son una herida en la sociedad chilena: los adolescentes que están metidos en la delincuencia y en la droga, los miles privados de libertad que en la cárcel no se rehabilitan, sino que profundizan su vínculo con el crimen. Nuestra única respuesta con ellos no puede ser la policial.
– ¿Considera que los fieles se han alejado de la Iglesia? ¿De qué forma espera atraerlos?
– Los procesos de cambio en el modo en que las personas viven lo religioso en nuestra cultura llevan décadas, siglos si se quiere, y tienen diversas manifestaciones. Algunos excluyen toda referencia religiosa en sus vidas, otros mantienen alguna referencia, pero sin vínculo con las religiones. Es evidente que las Iglesias no tienen el mismo lugar de antes en la vida de la gente, incluso muchos crecen sin ninguna socialización religiosa o cristiana. Esto es literalmente así: muchos niños y jóvenes en nuestro país no tienen ni la más remota idea de Jesús y de la Iglesia. Entonces, nuestra misión es evangelizar, encontrarnos con las personas para llegar a proponer la fe. A veces nos resultará, muchas veces fracasaremos, pero ese es nuestro desafío principal: proponer la fe, para que el Señor pueda llamar a nuevos discípulos y discípulas. Como obispo, me corresponde empujar esta misión. Más que una tarea personal, que descanse en algún carisma especial que yo tenga, es una tarea de toda la Iglesia, porque anunciamos a Jesucristo caminando juntos.
“Hay grupos de la sociedad muy dañados y que son una herida en la sociedad chilena: los adolescentes que están metidos en la delincuencia y en la droga, los miles privados de libertad que en la cárcel no se rehabilitan, sino que profundizan su vínculo con el crimen. Nuestra única respuesta con ellos no puede ser la policial”
– En relación con la situación actual del país, ¿considera que la Iglesia debe cumplir un rol en la creación de puentes que unan diversos sectores de la sociedad que hoy están tan distantes?
– La Iglesia siempre está dispuesta a cumplir un rol al servicio de la comunión, del bien común, del diálogo. Debe ayudar a tender puentes y romper muros. Lo hace sobre todo a través de su palabra, iluminando la realidad desde los valores del evangelio, y si puede servir de factor de encuentro, lo debe hacer. Pero la Iglesia respeta también la autonomía de las instituciones y alienta el diálogo democrático, no es ella la que debe liderar una acción propia de la política. Ahora bien, para serle sincero, veo a los actores sociales y políticos muy poco dispuestos al diálogo, más bien se tiende a exasperar el conflicto. Esto sucede en Chile y a nivel mundial. Mire los intentos del Papa por detener las guerras y el poco eco que encuentra. Pero hay que seguir aportando la luz del evangelio y alentando la esperanza.
– ¿De qué forma espera fomentar el diálogo, la unidad y reconciliación?
– La principal palabra que debe ofrecer la Iglesia es una verdad trascendente sobre el ser humano, hacer notar que somos hijos e hijas de Dios, llamados a caminar en fraternidad. Por lo mismo, que se respete y no se niegue la dignidad del ser humano en ninguna circunstancia. Esto tiene que ser la base y fundamento para el diálogo y la unidad. Si estamos como estamos, es porque vivimos encerrados solo en nuestros propios intereses y olvidamos un sueño de fraternidad compartido, como nos invita el Papa Francisco. Donde estemos los católicos, sea el obispo, la religiosa o cualquier fiel, debemos asumir el desafío del encuentro humano para el bien de todos.