Asistente social, ha estado toda su vida rodeada de varones, sus hermanos, su esposo, sus tres hijos y ahora su primer nieto la han acompañado en una vida no exenta de intensos dolores. Una existencia en que pasó de la autoexigencia a disfrutar cada momento.
Por Cecilia Díaz R.
– ¿Qué sabores y aromas le evocan su infancia?
– El manjar hecho en casa, dulce de membrillo y calugas de casa. Los aromas: la colonia inglesa que usaba mi abuelo materno, mi tata Ruperto, quien vivía con nosotros; la canela y las clavelinas, recuerdo del mes de María.
– ¿De qué manera ser la hermana mayor determinó su personalidad?
– Siento que mis padres fueron más exigentes y estrictos conmigo, por ser la hija mayor. Esto quizás me llevó a ser más autoexigente y disciplinada en mis responsabilidades, lo cual tiene su lado positivo, pero también, si no es bien llevado, puede producir tensión y estrés. Lo bueno es que he aprendido a desordenarme, a disfrutar, ya que no todo tiene que ser perfecto… menos yo.
– ¿Qué tipo de estudiante era en el colegio? ¿Introvertida?
– Como estudiante viví dos procesos. En la enseñanza básica, en mi escuela en Lorenzo Arenas, participaba en todo, mis compañeros me eligieron presidenta de curso casi todos los años, estaba en el coro, en la Cruz Roja, en la Brigada de Seguridad, participaba en todo lo que veía significativo. También en concursos comunales de diversas materias, castellano, matemáticas, entre otros. En el liceo, fui bastante introvertida, era mi adolescencia, con pocos amigos, muy observadora, más retraída. En esa época me integré en la parroquia, fui catequista e integré el grupo de jóvenes.
Hija de la educación pública
– ¿Qué ventaja tiene haber estudiado la básica y media en la educación pública?
– Estudié en las décadas 60 y 70, la educación pública, era de excelencia, tanto en su diseño y contenidos, como en el compromiso de los profesores.
– ¿Por qué decidió estudiar Trabajo Social?
– Siempre tuve claro que no quería estudiar nada relacionado con la salud o ingeniería o ciencias. Lo mío era lo humanista, la naturaleza humana. Primero pensé en psicología, carrera que no se impartía en Concepción, pero luego de unas misiones de verano en mi parroquia, descubrí el servicio social.
– ¿Qué recuerdos le dejó su paso por la U. de Concepción?
– Estudié en la U. de Concepción en la década de los 80, contexto social, político muy complejos, donde la vida universitaria era muy intensa. Fue un tiempo muy significativo, por su enfoque plural… en cierto modo salí al mundo, me encontré con la diversidad, con miradas distintas de las cosas y el “desarrollo libre del espíritu”. Sin duda esa experiencia me ayudó mucho a comprender el mundo y mi país.
– ¿Cuál es la clave de un matrimonio feliz?
– No comparto completamente ese concepto. Pienso que la clave de una relación de pareja es el respeto, lealtad e incondicionalidad… eso es AMOR con mayúscula. Tener un proyecto común, compartir la fe y ser buenos compañeros de camino.
– ¿Qué es lo más complejo de formar a tres hombres?
– Por mi parte, formar hombres es formar personas, respetando su individualidad, sus procesos. En esto puse el foco, en que fueran hombres de bien, que sean humildes, sin sentirse superiores a otros, respetuosos con los demás, especialmente con las mujeres. Que no siguieran al estereotipo de hombre que nuestra cultura ha construido, y que nos ha hecho tan mal… que sean muy libres.
– ¿Se considera una mamá estricta?
– ¡Para nada! Creo en la crianza respetuosa, he tratado de no traspasar mis miedos, frustraciones o sueños a ellos.
– ¿Qué sentimientos experimentó al transformarse en abuela?
– ¡Oh!, eso ha sido la mejor experiencia de estos últimos años. Leito llegó de sorpresa, en julio cumple 4 años, nació en pandemia. Es una experiencia tan especial, de una ternura infinita. Lo disfruto día a día, con asombro por el don de la vida. Un niño en la familia es un don de Dios.
– ¿Por qué cree que la población se ha alejado de la Iglesia?
– Se han alejado, nosotros también nos hemos alejado. Hemos sido soberbios y no hemos transmitido adecuadamente el mensaje. Nos ha faltado humildad, se nos ha olvidado anunciar la misericordia de Dios.
– ¿De qué manera los católicos podrían mejorar la sociedad actual?
– Siendo más inclusivos con todas las personas, entender que nuestra fe tiene consecuencias en la vida, en la sociedad, ser coherentes y creíbles, y en el ambiente en el que nos corresponde, actuar iluminados por los valores cristianos. No es fácil, creo, pues vivimos en una cultura individualista, y una fe intimista… es un gran desafío.
Un intenso dolor
– ¿Cuál ha sido el mayor dolor que ha debido enfrentar?
– La muerte de mi hermano menor, Rodrigo, en 2018 en un accidente de tránsito. Me costó mucho salir de ese duelo, creo que mi vida cambió desde ese día. Hoy estoy en paz… debí cambiar el foco de mi preocupación, y centrarme en recuperar mi salud, y retomar mi vida. En esto, mi familia y mi fe en Dios me han sostenido.
– ¿A quién admira y por qué?
– A mi madre, que ya no está conmigo. La admiro como mujer, por su fuerza y sus convicciones, por su servicio incansable en su trabajo por 43 años en servicio de Oncología del Hospital Regional. Se fue muy joven… cumplió su misión.
– ¿Tiene algún desafío pendiente?
– ¡Muchos! Siento que estoy terminando un ciclo en mi vida personal y profesional… y me sigo proyectando de un modo más tranquilo, con mayor profundidad y pausa. Un tiempo para crear, sin presiones, que el espíritu fluya.
– ¿Qué cosas la hacen feliz?
– Hoy todo me hace feliz, cada día lo agradezco y lo disfruto, incluso los problemas los veo distintos… finalmente son oportunidades. La vida es un regalo, soy una sobreviviente y agradecida.
– ¿Con qué nos encontraremos después de la muerte?
– La muerte siempre ha estado cerca, si es que la vida y la muerte van juntas. En poco tiempo se ha ido casi toda mi familia de origen. Pienso que es un paso, nos encontraremos con los que amamos y con Dios.