Tomas de Aquino: legado vivo a 750 años de su muerte

Un pensador en constante diálogo con la cultura, ávido de conocimiento y abierto a la diferencia, aunque con una profunda convicción en su fe. La obra de este Santo sigue vigente y cautivando a pensadores e investigadores de todo el mundo.


Por Tania Merino M.

“Bovem mutum” o el buey mudo. Con ese apodo se le conoció a Tomás de Aquino por su época de estudiante en la Universidad de Paris. Estaba tan ávido de conocimiento que escuchaba en silencio atesorando cada idea pronunciada por Alberto Magno, su maestro de teología. Así comenzó a ser cada vez más asiduo al estudio y a la oración.

Guglielmo di Tocco, quien postuló la beatificación de Tomás de Aquino y autor de la primera biografía del santo, cuenta que, en cierta ocasión, uno de sus compañeros examinó los apuntes del joven y robusto Tomás y se los mostró a su maestro. Tras revisarlos, San Alberto se dirigió a los demás estudiantes diciendo: “Ustedes lo llaman el buey mudo, pero este buey llenará un día con sus mugidos el mundo entero”. Cuando se cumplen 750 años de la muerte de Tomás de Aquino, sus palabras sin duda continúan resonando y su influencia presente en el pensamiento actual.

Su vida y su obra acaparan hasta hoy la atención de investigadores de todo el mundo. Su apasionante forma de analizar el mundo, su capacidad de diálogo y tolerancia aún a pesar de su profunda convicción religiosa lo convirtieron en un referente y en la base de los estudios filosóficos y teológicos. Tomás de Aquino murió cuando solo tenía 48 años, por lo que se llegó a cuestionar si su obra era tal como para considerársele un santo. Cuando Juan XXII lo canonizó el 18 de julio 1323, en la Catedral de Avignon, dijo que todos sus estudios, libros y pensamientos eran grandes milagros. La bula de canonización fue publicada ese mismo día y declaraba que la fiesta de Santo Tomás debía celebrarse el 7 de marzo, día de su muerte en la abadía de Fossanova. Posteriormente, San Pío V, en abril de 1567, lo declaró Doctor de la Iglesia y León XIII, en 1880, lo proclamó patrón de todas las universidades y escuelas católicas.

En esta misma línea, la Doctora, Verónica Benavides, especialista en Filosofía, se distancia de la imagen simplista de un monje exclusivamente dedicado a la indagación intelectual. Resalta la dualidad en la personalidad del pensador medieval, caracterizado no solo por su profundo sentido de la caridad sino también por su amor apasionado por la verdad. “La vida de Santo Tomás de Aquino es tan admirable como su pensamiento filosófico y teológico contenido en su monumental obra literaria. Muchos lo imaginan como un monje parco y dedicado solo a satisfacer su curiosidad intelectual, sin embargo, esta caracterización está muy alejada de lo que fue su vida y su persona”.

Su apasionante forma de analizar el mundo, su capacidad de diálogo y tolerancia aún a pesar de su profunda convicción religiosa lo convirtieron en un referente y en la base de los estudios filosóficos y teológicos.

“Tomás -agrega- destacó por su profundo sentido de la caridad y amor a la verdad, corrigiendo con respeto y empatía pedagógica a quienes estaban equivocados, en el afán de que encontraran también la verdad que él tanto amaba. La mejor muestra de este espíritu veraz es la frecuente inclusión de autores árabes o judíos en sus argumentos filosóficos, los cuales, si bien no profesaban su misma fe cristiana, podían tener razón y haber encontrado verdades que Tomás consideraba útiles al mejor conocimiento de la realidad”.

Búsqueda de la verdad y apertura al pensamiento

Así lo observa también el Dr. Patricio Lombardo, quien se ha especializado en Filosofía Medieval, Filosofía Cristiana y Teología. Una característica distintiva del pensamiento de Aquino, argumenta, es su capacidad para conectarse con la cultura de su tiempo, incluyendo autores árabes o judíos como Moisés Maimónides, un judío sefardí considerado uno de los mayores estudiosos de la Torá en época medieval.  “Lo excepcional en Tomás de Aquino es esa capacidad que tiene de tener una postura fundamentada, argumentada, razonable y estructurada lógicamente respecto de un tema determinado. Yo echo de menos a veces en el ejercicio del pensamiento, esa capacidad crítica de encontrarse con aquello que está aconteciendo en la época”.

Con un amplio conocimiento de la figura de Tomás de Aquino, Lombardo destaca la estructura única de la “Suma Teológica”, donde recopila opiniones y miradas sobre temas específicos para luego proponer respuestas fundamentadas. Enfatiza la habilidad de Aquino para enfrentar los desafíos teológicos y filosóficos de su época con una apertura total al diálogo y la convicción de que otras perspectivas podrían aportar a la comprensión de la verdad.

El sello de humildad

El investigador hace hincapié en la humildad del sabio, nacido en el seno de una familia noble en Roccaseca (Italia) en 1224. “Siempre fue considerado para ser oblato, para pertenecer al monasterio de Montecasino y ser un abad, un superior. Sin embargo, otra característica de Tomás de Aquino es su la tremenda sencillez (…). Él renuncia a entrar en este, que era muy potente en la época y opta por las congregaciones nacientes, las órdenes mendicantes, que cambian la concepción de estar fuera del mundo para estar trabajando en la ciudad, evangelizando”. Así, la figura de Dios aparece en cada una de las acciones y reflexiones.

Para Benavides, el punto culminante de la vida de Santo Tomás se revela en un éxtasis místico al final de su jornada terrenal. Este encuentro trascendental con la Verdad marcó el cierre de su fecunda producción intelectual, llevándolo a considerar su propia obra como “paja molida” frente a la realidad de Dios mismo.

Vigencia de su legado

En cuanto a la vigencia del pensamiento de Santo Tomás de Aquino, destaca su legado como una auténtica filosofía cristiana. Proclamado por el Papa León XIII como “el Ángel de las Escuelas”, Santo Tomás se erige como modelo para los maestros cristianos contemporáneos, gracias a su pedagogía realista y la unidad entre fe y razón natural.

La influencia de Santo Tomás se extiende incluso a la ciencia contemporánea, según lo señala William E. Carroll en “La creación y las ciencias naturales”. Aunque vivió en una era sin conocimiento de los avances actuales en física o biología, Aquino abogó por un enfoque que asigna a la ciencia y la fe roles complementarios en la búsqueda de la verdad sobre el universo y la evolución.

Para entender el contexto más próximo de Santo Tomás, el Prof. Dr. Arturo Bravo, de la Universidad Católica de la Santísima Concepción, destaca su papel como miembro de la Orden de Predicadores, surgida para contrarrestar la herejía albigense. La estructura de su obra, la Suma Teológica, refleja su fe razonada y su disposición al diálogo.

Santo Tomás fue un modelo de esa fe razonada, abierta al diálogo y a los grandes temas que preocupan a cada época histórica, tan característica de su congregación religiosa.

La fe razonada

“Es este ambiente intelectual el caldo de cultivo que le permitió a Tomás desarrollar sus capacidades, poniéndolas en ejercicio tanto en la enseñanza como en composición de obras que lo llevaron a la fama, como la Suma contra gentiles y la Suma Teológica, entre otras, por la claridad de su exposición y la finura de las distinciones hechas en sus argumentos, señala el académico.

Santo Tomás fue un modelo de esa fe razonada, abierta al diálogo y a los grandes temas que preocupan a cada época histórica, tan característica de su congregación religiosa. La estructura de su Suma Teológica expresa con toda claridad lo anterior. En ella trata determinados temas que están divididos en artículos, donde cada artículo presenta la siguiente disposición: empieza por una pregunta inicial, que recoge alguna objeción o posición contraria a lo que él quiere plantear, le siguen algunos argumentos que apoyan esa objeción, después, en el cuerpo del artículo, expone la respuesta al tema en cuestión, y termina contestando a cada uno de los argumentos en contra que mencionó al principio.

Bravo subraya, además, la importancia de la fe razonada en la actualidad, argumentando que esta evita la credulidad desmedida y permite una apertura al diálogo con las problemáticas de cada época.