Vivimos días donde las malas noticias son el pan de cada día: la inseguridad, la violencia, la corrupción, la narcocultura, la falta de probidad, la superficialidad, entre tantos otros fenómenos negativos que parecieran agotar el horizonte del Chile de hoy.
El pasado sábado 27 de enero, más de 150 jóvenes procedentes de diversas universidades e institutos de educación superior de nuestra región fueron enviados en Misión País. Tras una misa en la Catedral de Concepción, los jóvenes de Misión País fueron destinados a distintas comunidades de la zona de Arauco: Laraquete, San José de Colico, Pichilo y la cárcel de Arauco. Estos jóvenes están vinculados con la Pastoral de Educación Superior (PES) de nuestra Arquidiócesis, estudian y trabajan, cultivan relaciones familiares y de amistad; son jóvenes normales, pero con un sello especial: dentro de la cotidianidad de sus vidas, trabajos o estudios, han escuchado una llamada profunda de Cristo que los ha interpelado y los anima a soñar y trabajar por una sociedad nueva, un Chile nuevo.
Vivimos días donde las malas noticias son el pan de cada día: la inseguridad, la violencia, la corrupción, la narcocultura, la falta de probidad, la superficialidad, entre tantos otros fenómenos negativos que parecieran agotar el horizonte del Chile de hoy.
A raíz de todas estas realidades, se aprecia un pesimismo generalizado, una cierta agonía existencial, un fuerte sentimiento de impotencia; sensaciones que pueden degradarse en una profunda indiferencia personal o social, incluso algo tan grave como la pérdida de conciencia moral, de modo que ya no nos sorprenda el bien o el mal.
Pienso que las nuevas generaciones pueden tomar la posta de una sociedad agotada y enferma. El Papa Francisco animaba en agosto pasado a un grupo de universitarios: “Amigos, permítanme decirles: busquen y arriesguen. En este momento histórico, los desafíos son enormes, los quejidos dolorosos —estamos viviendo una tercera guerra mundial a pedacitos—, pero abrazamos el riesgo de pensar que no estamos en una agonía, sino en un parto; no en el final, sino al comienzo de un gran espectáculo. Y hace falta coraje para pensar esto. Sean, por tanto, protagonistas de una ‘nueva coreografía’ que coloque en el centro a la persona humana, sean coreógrafos de la danza de la vida”.
Dejemos que nos llenen de esperanza estos 150 jóvenes (y seguro muchos otros más) que van al encuentro de tantas personas en la zona de Arauco, incluso en la cárcel, para compartir esperanzas, ser protagonistas de este momento histórico y expresar con sus vidas una “nueva coreografía” donde el centro sea la persona humana.