La amenaza del fentanilo y su presencia en la Región del Biobío

Las muertes por sobredosis en Estados Unidos han alcanzado cifras sin precedentes debido a la irrupción del fentanilo. En Chile, si bien su consumo es marginal, la incautación de dosis en distintos puntos del país, entre ellos el Biobío, encendió una alerta sobre la llamada droga zombie.


Por Tania Merino M.

Hace falta consumir solo dos miligramos de fentanilo para morir. La droga zombie es tan poderosa que puede ser 50 veces más potente que la heroína y ente 80 a 100 veces más que la morfina. Recientemente se realizaron hallazgos de contrabando de esta sustancia en la Región del Biobío y sus alrededores. En Coronel, una mujer fue detenida con 6,21 gramos de fentanilo mezclado con ketamina. También en el norte del país se extrajeron ampollas del opioide desde un centro asistencial. Si bien en Chile, el consumo está lejos de la crisis que vive Estados Unidos, donde el vecindario de Kensington en Filadelfia, bautizado como el barrio zombie, se ha convertido en el emblema de la devastación de la que es capaz esta droga, el robo y comercialización del fármaco en territorio nacional enciende una alerta.

El problema del fentanilo es que requiere de bajas dosis para generar adicción, lo que facilita su tráfico y comercialización. Se trata además de una droga más barata que otras, que se mezcla con un sinfín de sustancias, incluso con algunas de uso veterinario, lo que incrementa su potencial para el mercado negro. Desde la PDI, el comisario Gonzalo Santander de la Brigada de Investigación de Sustancias Químicas Controladas, explica que, a nivel nacional, “los niveles de incautación son de unas 100 ampollas al año, lo que es una cantidad menor, comparada con otras drogas sintéticas como el éxtasis o la ketamina que son las que más circulan en el país”.

Si bien en el caso del decomiso en Coronel no ha sido posible establecer su origen, Santander afirma que, en la mayoría de los casos, se trata de dosis de uso médico. Esto implica que esta crisis de fentanilo o de los opioides, representa un desafío policial, pero también sanitario.

Expertos coinciden en que “es imperativo que se promueva la educación sobre el uso seguro de medicamentos, se refuerce la supervisión médica y se intensifiquen los esfuerzos para prevenir su desvío de hacia el mercado ilícito”, dice el químico farmacéutico y académico de la Facultad de Medicina de la Universidad Andrés Bello, Mauricio Muñoz.

Aunque el fármaco está mayormente asociado a entornos clínicos y hospitalarios, es crucial supervisar las prescripciones a fin de disminuir el riesgo de robo o pérdida debido a mermas o caducidad del producto.

Con frecuencia se mezcla con heroína, cocaína y metanfetaminas, y se les da la forma de pastillas que se parecen a otros opioides recetados. Las mezclas con fentanilo son extremadamente peligrosas, y es posible que muchas personas no sepan que sus drogas lo contienen”

Fernando Torres, toxicólogo

Potencial adictivo

Es difícil establecer cuál es el nivel de consumo necesario para hacerse adicto, dado que el potencial adictivo no depende solo de la sustancia en cuestión, sino también depende del individuo y su entorno, resume Muñoz. Sin embargo, su potencia “hace que incluso pequeñas desviaciones en la dosificación puedan tener consecuencias graves. La interacción con otros medicamentos, especialmente aquellos que afectan el sistema nervioso central, aumenta el riesgo de depresión respiratoria, un peligro latente para aquellos que lo consumen sin supervisión médica”, advierte.

El toxicólogo Fernando Torres, detalla que este fármaco muchas veces se comercializa en el mercado ilícito en forma de inyectable, producto de robos a los laboratorios fabricantes; pero también se encuentra disponible en el mercado de drogas en diferentes formas, entre ellas como líquido y como polvo, por lo que puede ser difícil de detectar. “En polvo tiene la apariencia de muchas otras drogas. Con frecuencia se mezcla con heroína, cocaína y metanfetaminas, y se les da la forma de pastillas que se parecen a otros opioides recetados. Las mezclas con fentanilo son extremadamente peligrosas, y es posible que muchas personas no sepan que sus drogas lo contienen”.

Efectos en el organismo

Desde pupilas pequeñas (miosis), contraídas, como de punta de alfiler hasta el aspecto “zombie”, el consumidor de esta sustancia puede presentar múltiples reacciones, una de ellas: la sensación de euforia o bienestar. También puede observarse sedación y somnolencia, “lo que puede ser útil en situaciones de dolor intenso, pero también puede ser un efecto secundario no deseado, ya que la persona puede perder el conocimiento, sufriendo además cualquier tipo de accidentes y traumatismos. También es frecuente observar que los músculos del cuerpo se pongan flácidos”, detalla Torres.

La depresión respiratoria es uno de los efectos secundarios más peligrosos, que puede llevar a que un sujeto sea conectado a ventilador mecánico e incluso la muerte, si se toma en dosis elevadas.

Otros signos que permiten reconocer su uso e intoxicación son: Sonidos guturales del tipo atragantamiento, piel fría y sudorosa. Manchas azuladas en la piel, labios y uñas. Mandíbula, pecho o torso duro o rígido, Latidos cardiacos lentos o irregulares, convulsiones y espasmos musculares.

Sobre la posición y el movimiento que caracteriza a los adictos y que ha llevado a compararlos con zombies, Mauricio Muñoz señala que la pérdida del control del cuerpo, “se da debido al efecto depresor del sistema nervioso central, afectando, entre otros el control motor junto con características muy marcadas del síndrome de abstinencia para esta droga, que incluye entre otros, el movimiento involuntario de piernas”. En muchos casos, los adictos lucen enflaquecidos, demacrados, con movimientos aletargados e involuntarios y muchos presentan necrosis producto de las infecciones asociadas a las inyecciones de la droga.

Vivir la adicción

¿Qué lleva a una persona a hacerse adicta? El relato de la actriz Patti Davis publicado hace unos días por el New York Times, intenta explicar, desde su experiencia, parte de este proceso. “Por alguna razón —y no tengo ninguna teoría de por qué—, hay quienes nos sentimos aislados en este mundo, como si todos los demás tuvieran alguna fórmula secreta para llevarse bien, para encajar, y nadie nunca nos la hubiera compartido. Esa soledad reside en lo más profundo de nuestro ser, en nuestra esencia, y no importa cuánta gente intente ayudarnos, cuántos amigos nos tiendan la mano, nos apoyen, vengan a vernos, jamás desaparece del todo”.

La psicóloga clínica María José Millán, de espacio terapéutico Vínculos de Concepción, da cuenta de que la necesidad de pertenecer, la sensación de aislamiento y soledad son factores que desde la perspectiva de salud mental pueden explicar el consumo. “Hay distintos factores que llevan a las personas al uso de drogas recreativas. En los adolescentes, ellos tienen la percepción de que el consumo de sustancias o de juegos electrónicos, entre otros, no son adicciones, lo ven como algo recreativo, como una acción que los puede hacer formar parte de un grupo de pares. Este consumo se ve favorecido por la falta de percepción de riesgo frente a una eventual adicción”, señala la especialista.

En el caso de los adultos, explica que “podría asociarse a un tema de evasión, de buscar algo que les permita poder sostener las exigencias de la vida actual sin tanto sufrimiento, ser capaz de rendir más, llenar la sensación de vacío o de tristeza y de insatisfacción con la vida”.

Así lo respalda también el jefe programa Psiquiatría Adultos Facultad de Medicina UCSC, Leonardo Rosel. “La adicción a las drogas químicas es un trastorno mental donde el deseo compulsivo de consumir drogas domina el comportamiento y la toma de decisiones. Este proceso afecta la salud mental, alterando la forma en que la persona experimenta el placer y el bienestar, pudiendo también asociarse a cambios en el estado de ánimo, ansiedad, alteraciones del pensamiento, episodios psicóticos, entre otras manifestaciones. El consumo de sustancias afecta además las relaciones interpersonales y el nivel de funcionalidad en los diferentes ámbitos de la vida de las personas, además de generar un alto estrés para las familias y entorno cercano”.

Por su parte, el académico del Departamento de Fisiología y director del Programa de Neurociencia, Psiquiatría y Salud Mental (NEPSAM) de la Universidad de Concepción, Luis Aguayo, aborda la adicción desde la biología. Describe que en el cerebro existen regiones cruciales para la recompensa, vinculadas al placer y fundamentales para la supervivencia. Estos circuitos liberan neurotransmisores como la dopamina y las encefalinas, generando sensaciones de placer, que es básicamente el principio de una eventual adicción. “Estos son fundamentales para la sobrevivencia humana y animal porque en base a ellos nos gusta comer, beber agua y buscamos reproducirnos y es por eso por lo que las especies han sido capaces de mantenerse. Lo que hacen es liberar varios neurotransmisores, entre los que están la dopamina y las encefalinas y cada vez que se liberan sentimos placer o tenemos una sensación de agrado. Las sustancias que son adictivas activan los mismos circuitos de forma muy intensa, mucho más intensa de los estímulos naturales y al punto que puede producir una adicción. Todos hacemos cosas que nos gustan y si el estímulo es suficientemente fuerte nos vamos a interesar para seguirlo repitiendo en forma prolongada”.

“La necesidad de pertenecer, la sensación de aislamiento y soledad son factores que desde la perspectiva de salud mental pueden explicar el consumo”

María José Millán, psicóloga clínica

Bajo estos antecedentes es que el fentanilo, originalmente diseñado para tratar el dolor en pacientes con cáncer o procesos dolorosos como heridas múltiples y procedimientos quirúrgicos de magnitud, se erige como un arma de doble filo. Su capacidad para aliviar el dolor extremo se ve empañada por su devastador efecto fuera de los límites controlados. La lucha contra el fentanilo implica no solo medidas regulatorias más estrictas, sino también una comprensión profunda de los factores biológicos y sociales que contribuyen a su uso indebido, un mayor control en el mundo médico, un abordaje sanitario desde la perspectiva de salud mental y también un desafío en términos de seguridad.