El economista y escritor español descarta que en la actualidad el lenguaje sea discriminador o sexista, y plantea que tratar el lenguaje como si fuera algo moldeable a nuestro capricho para así imponer nuestra visión de la realidad es un síntoma claro de pensamiento totalitario.
Por Alfredo García
Mientras en algunos países se busca profundizar el llamado “lenguaje inclusivo” en textos oficiales, en otros va en franca retirada. Recientemente en Perú, el Congreso de esa nación resolvió eliminarlo para evitar el desdoblamiento innecesario del lenguaje para referirse a hombres y mujeres, con el objetivo de facilitar la comunicación y entendimiento del mensaje oral y escrito.
Las posturas sobre este tema siguen en pleno debate: que representa un verdadero obstáculo para la fluidez del discurso o que gracias a él se avanza en igualdad entre los sexos, son parte de los argumentos que giran en torno a este tipo de lenguaje.
Para el Jorge Soley Climent, profesor asociado del IESE Business School y presidente de European Dignity Watch, el “lenguaje inclusivo” no es más que una moda ideológica que parte del presupuesto falso de que el lenguaje que usamos discrimina o es ofensivo contra determinados colectivos. Algunos de los rasgos más notorios -agrega- son los desdoblamientos innecesarios o incluso una forma de plural acabada en “-es” que resulta bastante cacofónica.
-¿Presenta rasgos discriminadores o derechamente sexistas el lenguaje en la actualidad?
-No, no creo que el lenguaje con el que nos comunicamos hoy en día sea discriminador. Tampoco creo que tenga componentes sexistas en el sentido que le dan de discriminación basada en el sexo. Sí puede existir un reflejo, en algunos aspectos, de la realidad sexual, algo que es natural y positivo pues el lenguaje, antes que intentar transformar la realidad, debe reflejarla.
–¿Cuál es el límite al que debiera llegar la “inclusividad del lenguaje”?
-El mismo concepto de inclusividad me parece equivocado, por lo que el límite es la propia empresa inclusiva. El lenguaje debe, eso sí, ser respetuoso y, por otro lado, reflejo de la realidad y de una historia que es rica gracias a su evolución natural.
-En algunos espacios se promueve e introduce un género gramatical nuevo -“e”- o en la escritura se emplea “@” como forma de integrar a las diversidades sexuales. ¿Cuál es su opinión al respecto?
-Me parece una práctica a rechazar por diversos motivos. Estéticos por un lado, pues convierte a nuestro idioma en algo artificioso y bastante desagradable a oídos no contaminados por la ideología. Es innecesaria también porque en realidad no integra a nadie, sino que ofrece una especie de coartada a quienes creen que así están haciendo algo a favor de esa supuesta integración al precio de distorsionar nuestra lengua. Además, esas “diversidades” no se agotan con esos pobres signos que nos presentan y esta práctica, por su propia dinámica, nos llevaría al disparatado mundo de las siglas sin fin, algo a lo que ya hemos asistido en la explosión de “géneros” que, finalmente, hemos tenido que resumir en un signo más. Finalmente, porque la función del lenguaje no es subvertir la realidad para dar acomodo a reivindicaciones de todo tipo, sino reflejar la realidad, también el sexo como realidad biológica basada en la posesión de cromosomas XY o XX.
“La función del lenguaje no es subvertir la realidad para dar acomodo a reivindicaciones de todo tipo, sino reflejar la realidad, también el sexo como realidad biológica basada en la posesión de cromosomas XY o XX”
-En el lenguaje inclusivo no solo está presente la evolución propia del lenguaje, sino también hay detrás factores políticos, morales e ideológicos. ¿Cuál diría que es el más potente y poderoso de ellos?
-La visión de la realidad como de un magma informe al que debemos dar forma según nuestros deseos, sin límite alguno, acompañado del pensamiento mágico que nos hace creer que nombrando algo de un modo diferente realmente lo estamos transformando, como si fuéramos dioses que con su palabra dan forma al mundo.
-Con el objetivo de evitar el lenguaje binario (masculino/femenino), muchos han optado por emplear palabras sin connotación sexual o el desdoblamiento. ¿Cómo ve esa medida? ¿Qué pasa con la economía del lenguaje en el caso del desdoblamiento?
-Usar palabras en las que no se marque el sexo puede ser, si no es forzado y artificioso, un signo de educación, una deferencia, siempre y cuando éstas existan ya en nuestra lengua. El desdoblamiento me parece un recurso precisamente forzado y artificioso que nos hace caer en un ridículo espantoso. Nadie sensato habla así, sólo una especie de autómatas obsesivos que acaban desdoblándolo todo hasta alcanzar el sinsentido. Obviamente, esa regla de hierro que es la economía del lenguaje se ve violada y se cae así, irremediablemente, en una tediosa reiteración de cara a la fachada que luego, cuando estamos en la intimidad, abandonamos.
-¿Qué riesgos ve usted en el radicalismo que se aprecia en algunos sectores con introducir el lenguaje inclusivo?
El tratar el lenguaje como si fuera algo moldeable a nuestro capricho para así imponer nuestra visión de la realidad es un síntoma claro de pensamiento totalitario cuyos efectos acaban pasando de la lengua al trato que damos a las personas, muy especialmente a quienes no aceptan nuestros caprichos. Basta leer a Victor Klemperer y su análisis de la lengua del Tercer Reich para tomar conciencia de lo peligroso que es querer imponer una nueva lengua ideológica, en la actualidad aquella cuyo ariete es el lenguaje inclusivo.