
Con el desarrollo de nuevas aplicaciones y la adaptación de los dispositivos, las personas con discapacidad visual tienen hoy crecientes oportunidades para su inclusión. Sin embargo, la ciudad no se desarrolla al mismo ritmo y todavía les impone una serie de barreras que atentan contra su autonomía.
Por Tania Merino M.
Fue un proceso progresivo, que comenzó a agudizarse desde los 12 años, producto de una Retinitis Pigmentaria, el que le quitó la visión a Magdalena Rivera. La mujer hoy solo es capaz de percibir luz y oscuridad. “Lo poco que veía lo perdí con el nacimiento de mi segundo hijo, Nicolás. Él nació con múltiples complicaciones debido a una parálisis cerebral y, como requiere de tantos cuidados, no me di cuenta de cómo fui perdiendo la visión. Pasé de ver poco en mi celular a después intentarlo y no ver nada”, cuenta.
Si bien desde los 18 años había comenzado a prepararse para ese momento, el impacto fue significativo. Sucede que la mayor cantidad de estímulos en la vida cotidiana de una persona, alrededor del 80%, son percibidos a través de la vista. Por eso, para alguien ciego, esta realidad está constituida sólo por un mundo de sonidos, texturas, olores y sabores, por lo que debe reaprender como relacionarse con el mundo.
Gracias al apoyo de la Corporación de Ayuda al Limitado Visual, Coalivi, Magdalena adquirió desde muy joven las herramientas necesarias para poder “cocinar, servir un café sin quemarme, hacer trámites”, todo, desde su nueva realidad.
Su testimonio nos ayuda a entender lo que muchos como ella enfrentan. Y es que, según cifras de la Fundación Luz, en Chile hay 153.560 adultos ciegos, lo que equivale al 1% de la población mayor de 18 años, y 4.683.567 con pérdida de visión. Además, según Encuesta de Discapacidad y Dependencia (Endide 2022) cerca de un 14% de los niños, niñas y adolescentes del tiene algún tipo de discapacidad visual y de ellos, 11.978 son ciegos.
Rehabilitación
Violeta Grandón, directora del área de educación de Coalivi, explica que la rehabilitación debe ir estrechamente de la mano de cada uno de los individuos y su contexto. “Cuando se habla de rehabilitación, dependiendo de la patología, de la edad y también de los objetivos de la persona, tenemos que trazar de alguna manera un plan para que podamos hacer la inclusión social, familiar, laboral o escolar necesaria. Cada persona tiene un mundo distinto, necesita algo distinto, por lo tanto, los planes son específicos”, detalla.
En esa institución existe un equipo psicosocial y de profesores especialistas en el área que trabaja de acuerdo con esta premisa. “Si, por ejemplo, tenemos que volver a salir a comprar con seguridad, necesitamos utilizar el bastón. Tener normas que te demuestren autonomía e independencia con seguridad, ése es un objetivo. Si la persona es madre o dueña de casa, ese es otro. Si vive una etapa laboral hay que observar el puesto de trabajo, ver los ajustes razonables, si es posible que siga en esta actividad u otra, pero no que se vaya para la casa y simplemente diga, tengo discapacidad visual, no puedo seguir siendo una persona autónoma, independiente, profesional. Hay muchísimos puestos laborales que tú puedes volver a hacer o hacer de manera distinta con la discapacidad visual”, explica la encargada.
Sin embargo, todo este trabajo requiere del involucramiento de los distintos actores de la sociedad para ser exitoso y ahí, asegura, queda mucho por avanzar.

Buscando autonomía
El primer hijo de Magdalena Rivera, Rodrigo, también ha sufrido el deterioro de su vista, producto de glaucoma y miopía severa. Al igual que ella lo hizo en el pasado, Rodrigo busca hoy apoyo en la corporación para encontrar herramientas que lo ayuden a desenvolverse por sí solo.
Se trata de una senda que casi todos quienes viven con este tipo de discapacidad han recorrido, pues es la única entidad dedicada a su rehabilitación en el Biobío.
Pero la autonomía es una palabra esquiva para quienes tienen visión muy reducida o derechamente ceguera. Más en ciudades que les son poco amigables. Transitar por vías repletas de comercio ambulante, ruidosas, con el suelo repleto de objetos extraños, con la huella podotáctil, si es que la hay, escondida bajo manteles, bolsas y carros, es una travesía.
Las veredas en mal estado, paraderos diferidos, como los que hay cerca de su casa en Chiguayante, que la obligan a cruzar más calles al estar en bandejones en medio de las pistas, escasa señalética, supermercados no adaptados, bancos que no se han modernizado para estas personas, entre un largo etcétera, van mellando esta independencia.
Angélica Pinto, psicopedagoga y académica del Diploma de Habilidades Laborales UNAB que trabaja en la inclusión laboral, explica que es necesario aumentar espacios y una cultura que promueva la inclusión de las personas con discapacidad visual. “Es importante incorporar el braille y/o sistemas audibles, ya que no todas las personas ciegas saben y utilizan braille. Lamentablemente son pocos los espacios y lugares donde se cuenta con estos recursos, el cual debería estar presente en señaléticas (como semáforos), medios de transporte, centros comerciales, casas de estudios, etc”.
Magdalena cuenta su experiencia, por ejemplo, en el supermercado, donde no encuentra prácticamente ninguno de estos recursos. Asegura que puede pasar una hora esperando por ayuda, que depende de otros para poder hacer sus compras. Lo mismo ocurre para tomar un bus. También señala que el común de las personas todavía no sabe bien cómo relacionarse con los ciegos. “Siempre hay que preguntar si se puede ayudar, hay ocasiones en que nos cruzan la calle sin que lo necesitemos y otros nos toman como si la ceguera fuera contagiosa y hasta nos pellizcan”, cuenta.
Un pionero en el uso de la tecnología
La tecnología para quienes han perdido total o gravemente la visión ha sido un beneficio, pero también, en ocasiones, una limitante, pues no siempre avanza considerándolos. Mientras en materia de accesibilidad cada vez son más las aplicaciones que facilitan ciertas actividades como usar whatsapp o leer información en una web a través de comandos de voz, en el día a día, máquinas que al resto les son tan útiles no están adaptadas.
Un ejemplo, cada vez con mayor frecuencia las máquinas POS, o terminales de transacción para el pago con tarjeta, han migrado hacia aparatos táctiles que, al eliminar los teclados, excluyen a quienes no pueden ver. Para poder hacer una transacción en uno de estos dispositivos sin mirarlo debería contar con altavoces y, claro, con audífonos. De lo contrario, la clave quedaría expuesta a quien pudiera escuchar.
De manera paralela, aquellas tecnologías adaptadas y las especialmente diseñadas para personas en situación de discapacidad de origen visual han ido creciendo. Uno de los pioneros en su uso y enseñanza en Concepción es Raúl Gutiérrez, docente de tiflotecnología del Centro de Educación y Rehabilitación de Coalivi.
En 1994 conducía sin el cinturón de seguridad. Al momento de estrellarse, su cuerpo se levantó del asiento y su cabeza impactó contra el parabrisas, lo que desconectó el nervio óptico del cerebro. Tenía 30 años cuando ese accidente le obligó a dejar de lado su profesión de constructor civil y empezar a buscar otras formas de desarrollarse en el mundo laboral.
“Entonces había una brecha inmensa, trabajábamos en DOS (o Sistema Operativo de Disco), pero ya estaba saliendo el Windows 95. Usábamos un ciber 232P, un sintetizador externo que se instalaba a través de un parlante por medio del programa habla”, recuerda. Después surgieron otras como Jaws, de la empresa Freedom Scientific, que lo usó el 90% de las personas ciegas, pero que su valor era de cerca de un millón y medio de pesos en moneda actual. La mayoría la pirateaba.
Los teléfonos evolucionaron hacia aplicaciones como Voice Over, en iPhone, y Talk Back, en Android. Surgieron aplicaciones GPS para desplazarse por la ciudad y que indican por voz ubicación y recorrido. Incluso la inteligencia artificial hoy permite tomar y “ver” fotografías, a través de una acabada descripción de lo que encierra el encuadre. Si una persona tuvo alguna vez visión podrá reproducir una imagen cercana para sí, aquellas que nunca tuvieron la imaginará de otra forma.
“Cuando se habla de rehabilitación, dependiendo de la patología, de la edad y también de los objetivos de la persona, tenemos que trazar de alguna manera un plan para que podamos hacer la inclusión social, familiar, laboral o escolar necesaria”
Violeta Grandón, directora del área de educación de Coalivi
Un cambio con sentido
Mientras se recuperaba de las severas lesiones del accidente, el papá de Raúl lo puso en contacto con Coalivi, donde encontró no solo respaldo para su rehabilitación, sino también una oportunidad de desarrollo. Tomó contacto con un búlgaro que tenía relación con Fonadis (hoy Senadis) quien lo acercó a la dactilografía con una máquina adaptada, luego saltó a los computadores.
“En Santiago encontré un curso y quien lo dictaba era una persona ciega. Era para uso de computador a través de casetes”. Ese profesor era Víctor Hugo Huentelemu, quien junto a Raúl y otros implementaron el curso de computación en Coalivi. “Fuimos los primeros instructores el año 97. Ahí recibí primer sueldo por trabajar en Tics adaptadas”.
El estuvo también en Artiuc, Aula de Recursos Tifotecnológicos (tecnología al servicio de las personas ciegas) de la Universidad de Concepcion, cuando Fonadis donó sintetizadores de voz e impresoras en braille que permitieron ampliar el número de alumnos con discapacidad visual. “Se abrieron cupos en muchas carreras para personas ciegas, porque antes solo Pedagogía en Español y Derecho los tenían”.
Más tarde vinieron, de la mano de Huachipato, cursos con código Sence, y otra serie de iniciativas que sumaron oportunidades y comenzaron a construir inclusión en la Región del Biobío.