Frente a la corrupción


Decepción causa en la ciudadanía ver la prensa copada de escándalos financieros que atañen a personeros públicos. Lo más grave es que son dineros destinados a los más pobres y vulnerables de la sociedad. Estos hechos han causado dolor en las personas que trabajan en muchas fundaciones que de larga data prestan un inestimable servicio a la sociedad, especialmente a los más desfavorecidos. Estas instituciones intermedias son leales colaboradores del Estado y no pueden quedar opacadas por aquellas creadas por personas cercanas a quienes ostentan el poder, a cualquier nivel.

Toda sombra de amiguismo, nepotismo, tráfico de influencia y favores políticos, hace un daño enorme a la fe pública y luego a los mismos que ostentan el poder político, quienes tienen la misión de custodiar el estado de derecho y evitar que el poder del más fuerte lo anule o degrade. Es alentador que entes autónomos como el Ministerio Público y la Contraloría tomen cartas en el asunto, investigando y sancionando a quien corresponda. Hoy, más que nunca, se requiere meridiana claridad que nadie está por sobre la ley y que el bien común está por sobre el interés personal o de un partido.

Detrás de estos hechos y otros que vemos a diario y que suelen estar vinculados a personas que en sus respectivos ámbitos de acción tuvieron poder, está la pregunta sobre la dimensión ética de éste. Es más que claro que la conciencia moral de muchas personas está oscurecida o privada de toda virtud dado el desinterés por las consecuencias que acciones de este tipo generan en las personas y en la sociedad. Toda decisión, por más simple que sea, tiene consecuencias de carácter ético y frente a las que hay que responder. La sociedad, cada vez  más consciente de aquello, no está dispuesta a seguir tolerando prácticas que atenten contra el bien común, la dignidad de la persona humana, y el anhelo de mayor justicia y paz que anida en el corazón del ser humano.

Estos hechos nos obligan a seguir fortaleciendo los derechos inalienables de cada persona, pero al mismo tiempo y concomitante con ello, es insistir en los deberes inherentes de cada uno en cuanto ser social. De no ser así, crecerá un gran escepticismo frente al gobierno, sea cual sea, puesto que toda decisión será vista con desconfianza e incredulidad. La inmensa cantidad de votos nulos y blancos en la última elección de constituyentes, así como en la elección de un país en Centroamérica es un fenómeno que resulta de esta cada vez más instaurada lógica de pensamiento: Los gobiernos y los poderosos son todos iguales, no me hago parte de esta hegemonía, ni cómplice en que las arcas públicas sean un botín del gobierno de turno. A esto sólo se responde fortaleciendo la democracia, pero no solamente con mayores controles y puniciones, sino que con una nueva y renovada mirada del valor de la comunidad, del valor de lo público, de la belleza de hacer el bien porque es lo que mejor describe lo que el ser humano en su insondable misterio es, y  que lo hace trascender de sí mismo, encaminándolo hacia la gozosa felicidad de vivir para otros y no perjudicando al otro.