El Pueblo de Dios cristiano católico, desde hace diez años, reconoce a Jorge Mario Bergoglio como el sucesor del ministerio que Jesús le encomendó a Pedro, eligiendo para este servicio el nombre de Francisco.
Francisco, recogiendo el deseo de su predecesor Benedicto XVI, dedicó su primera enseñanza oficial al don que significa la fe en Jesucristo para la humanidad (Encíclica Lumen fidei, 2013). Por el don de la fe y del bautismo nos constituimos en discípulos de Jesús. El encuentro y la relación con Jesús nos atraen a una vida nueva, nos introducen y permiten participar de la vida del Padre, movidos por los lazos de amor del Espíritu Santo. Esta intimidad de vida y amor de Dios, Uno y Trino, son la fuente de la alegría y la vida cristiana.
Francisco ha caminado con el Pueblo de Dios sirviéndolo con palabras sencillas, con gestos y acciones que invitan a volver a lo esencial de la belleza de la vida cristiana. Promoviendo una revitalización de la vida espiritual, la renovación y la conversión tanto personal como eclesial, de modo que en todo el centro sea Jesús y su Evangelio.
Esta renovación y conversión, centrada en la Palabra de Dios y el Evangelio de Jesús, tienen también una dimensión social e integral. En este sentido, Francisco ha continuado enriqueciendo la enseñanza social de la Iglesia. Llamándonos a tomar conciencia sobre la responsabilidad de los cristianos con el cuidado de la Casa Común (Encíclica Laudato Si, 2015). Igualmente, ha recordado que la humanidad requiere desarrollar una verdadera cultura del cuidado de los unos a los otros y que esto tiene como base el amor que se aprende y se recibe en la familia (Exhortación Amoris laetitia, 2016). Francisco se ha dirigido con especial atención a los jóvenes, pidiéndoles que no pierdan la esperanza en el futuro, porque Jesús es portador de la vida plena que puede colmar todas sus expectativas y búsquedas más profundas (Exhortación Christus vivit, 2019).
Para Francisco la construcción de una cultura del cuidado de los unos a los otros, requiere avanzar hacia una cultura del encuentro de los unos con los otros. Es decir, descentrarnos de nosotros mismos y salir al encuentro del distinto, del otro, del diverso, del herido, del despojado e ir a las periferias existenciales. Con una actitud misericordiosa, acogedora, dialogante, de escucha atenta y respetuosa, que permitan levantar puentes y no muros que nos separen. Motivado por la parábola del Buen Samaritano nos anima a acercarnos a los que quedan tirados en el camino de la vida por distintas circunstancias, a avanzar hacia una colaboración entre todos, para construir un mundo mejor, más fraternal, cultivar la artesanía de la paz y la amistad cívica de modo que podamos trabajar juntos por el bien común (Encíclica Fratelli tutti, 2020).
En medio de la complejidad de la vida humana, de tantas heridas que tenemos y que hemos podido provocar a otros, en medio de tantas situaciones difíciles personales, familiares, como país y en el mundo entero, Francisco, tal y como lo hizo Pedro, nos llama a seguir caminando con esperanza. La vida es un camino que no hacemos solos, le gusta repetir que “nadie se salva solo”. Somos amados, primeriados en el amor. El amor de Dios se ha manifestado en el envío de Jesucristo, que asumió nuestra condición humana, y del Espíritu Santo que siempre salen a nuestro encuentro y renuevan la voluntad de Dios de que tengamos su vida plena, su santidad (Exhortación Gaudete et exultate, 2018).
Dr. Patricio Merino Beas
Decano
Facultad de Estudios Teológicos y Filosofía
UCSC