Desde una perspectiva bíblica y teológica, la vocación fundamental del ser humano es amar y ser amado. Amar significa querer el bien del otro, entregarse sin medida, sacrificarse si fuese necesario. Amar es descubrir el valor inconmensurable del otro y valorarlo por lo que es y no por lo que hace o tiene. La experiencia nos dice que en un ambiente donde prima el amor somos capaces de reconocernos parte de una comunidad, de respetarnos, de crecer como personas y vivir en paz. No es casualidad que el mandamiento principal que nos dejó Jesús es amar a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo.
Las carencias de amor en la infancia, la juventud, la edad adulta y la vejez están a la orden del día. La violencia verbal, sicológica, física, están haciendo estragos. Ello nos debilita como sociedad y genera un espiral de violencia que no tiene fin. Las familias han experimentado un gran deterioro en las relaciones interpersonales Cuánto abandono de las mujeres y los niños! Cuánta violencia y manipulación del más fuerte respecto del más débil! En algunos colegios se detecta mucha violencia. En su interior hay mucha frustración y rabia que se manifiestan en autoagresiones, consumo de alcohol y drogas. Cuánta amargura experimentan de por vida quienes han sufrido bulling en el colegio o agresiones en el hogar. Lo mismo acontece en las relaciones laborales donde el acoso, el maltrato y las discriminaciones de toda índole andan a la orden del día. Los adultos mayores cada vez más solos y abandonados son una forma de violencia que duele el alma. Las calles han pasado a ser espacios donde abunda el temor y no el encuentro y amistad.
Los gobernantes en general creen que con leyes más duras, con más cárceles, con más policías y militares en las calles se puede revertir esta situación y vivir en paz. Esas medidas -necesarias por cierto- son meramente paliativas y no nos llevarán a terminar con el problema en su raíz. Es menester realizar a todo nivel un gran pacto social que nos lleve a un compromiso personal conducente a una gran reforma familiar, educativa y social donde a los niños desde la más tierna infancia se les enseñe el inmenso valor de cada ser humano, se realice una gran promoción de la familia como el lugar privilegiado para aprender a respetarse y quererse como somos y el colegio el lugar por excelencia para reconocer el valor del otro con sus habilidades y destrezas y no el lugar de la competencia por una nota o un puntaje. Junto a ello trabajar incansablemente por alcanzar mayor justicia social que termine con las brechas escandalosas entre los chilenos y por un Estado decididamente enfocado en los más pobres.
Lograr este nuevo modo de relacionarnos exige de cada uno de nosotros un profundo examen de conciencia y enmendar las acciones que generan violencia. Ello implica mucho coraje, decisión y ayuda. No existe otro camino porque la realidad se impone y la sociedad es lo que cada uno de sus habitantes es. Si queremos una sociedad mejor tendremos que ser mejores cada uno de nosotros.