Decenas de personas fallecidas, cientos de heridos, pérdidas materiales incalculables, el trabajo de toda una vida convertido en cenizas, muchos sueños truncados y cientos de miles de puestos de trabajo menos, es el resultado de los incendios que tienen en ascua a la población en el sur de Chile.
Según algunos expertos, muchos de estos incendios son ocasionados por personas. Todos esperamos que sean identificados y que sean juzgados como corresponde. Un incendio es devastador, genera mucho daño y temor, e implica años de trabajo para recuperar lo perdido. Las pérdidas de vidas humanas son irreparables.
Esas personas quedarán en el recuerdo por siempre en la mente y el corazón de sus seres queridos.
Pareciera ser que tenemos que prepararnos más y mejor para afrontar el verano y sobre todo
organizarnos de otra manera para evitar que personas inescrupulosas hagan tanto daño. La maldad del ser humano pareciera no tener límites.
Pero por otro lado, surgen cientos de voluntarios que de sol a sol se ponen al servicio de las autoridades para ayudar en lo que sea. Además, la sociedad se organiza para que las personas que quieran colaborar puedan hacer su aporte. Notable es ver a los jóvenes que salen con palas y picotas al campo para hacer corta fuegos. Los bomberos con muy pocos medios demuestran su compromiso y profesionalismo minuto a minuto, y sin dar tregua. Gracias. Notable es ver a las parroquias organizadas en torno a las necesidades más urgente de la población, lo mismo que otras iglesias, clubes deportivos y tantas otras instituciones.
He visto como muchas personas han postergado sus cumpleaños, convivencias familiares y vacaciones. Su lógica es como voy a estar celebrando cuando muchas personas están sufriendo. Chile es un país solidario y eso se nota cada vez que nos acecha la desgracia. Merece una especial atención reflexionar respecto de la vulnerabilidad en la que se encuentran tantos adultos mayores que dependen exclusivamente de la buena voluntad de otros para defenderse de los incendios y otras desgracias. Allí hay una deuda del Estado para con ellos, por cierto.
Con todo le pregunté a las hermanas de la Caridad, a cargo del Hogar de ancianos Villa de Nazareth de Tomé, si necesitaban algo para su hogar que tuvo que ser evacuado y me contestaron, “gracias, pero la providencia divina no nos ha abandonado un momento”.
Fui testigo de como los ancianos, muchos de ellos postrados en una sala de clases, agradecían el plato de
comida que les daban con mucho cariño y una sonrisa amplia, generosa y contagiosa. ¡Hay humanidad aún y, por lo tanto, esperanza!