Equinoterapia: tomar las riendas para vivir mejor

Ayuda al equilibrio, coordinación, la movilidad y fortalece la musculatura. Mejora estímulos sensoriales y motricidad fina, la concentración, la memoria, la autoestima y autoimagen. Montar a un caballo co-terapeuta simplemente puede cambiar la vida de las personas.

Por Tania Merino M.

Un caballo de paso corto y golpeado es ideal para despertar a quienes necesitan mejorar atención y concentración. Uno de ritmo cadencioso y relajante calma a los más inquietos y favorece la elongación. Otro más ágil, aleja la pereza y centra la atención en el movimiento. El andar de este animal es desde hace siglos considerado como terapéutico y aun, con todos los avances tecnológicos en salud, su eficiencia es difícil de igualar.

La equinoterapia puede aportar, por ejemplo, en la rehabilitación pos operatoria, enfermedades músculo-esqueléticas, circulatorias, cardíacas, problemas de salud mental, hemiplejías. También a personas con limitación auditiva o visual, discapacidad cognitiva, Parkinson, Down, trastornos del espectro autista, problemas de adaptabilidad social, abuso de sustancias, dificultades de aprendizaje, de movilidad, entre un largo etcétera.

Autoestima

María Soledad Vega (39) tuvo su primer acercamiento a la equinoterapia hace 12 años. “Son una alegría. Cuando subo a uno ya no tengo miedo a nada y soy capaz de hacer muchas cosas. Me siento grande y orgullosa de mí misma”, dice.

Por tener síndrome de Down había tareas cotidianas que se le hacían más complejas. Subir la escalera de su casa, por ejemplo, era una de ellas. Su mamá, María Teresa Granados, recuerda que lo hacía casi gateando por miedo a tropezar o caer. “Vimos el cambio en su postura, en el equilibrio. Parece algo tan sencillo, pero fue una mejora importante”.

Literal y metafóricamente, la equinoterapia fue para María Soledad, una forma de tomar las riendas y darle un giro a su vida. Lo que comenzó siendo una terapia, se transformó en una práctica deportiva que la ha llevado a competir en Chile y el extranjero. Su especialidad es el volteo, algo así como acrobacias que se realizan girando sobre el lomo, mientras el caballo está en movimiento. A esta práctica dedica al menos una jornada de entrenamiento a la semana.

De forma paralela comenzó a disfrutar de mayor autonomía, consiguió trabajo en Lavandería 21 y luego en el Arzobispado, donde estuvo más de seis años. Hace casi un mes recibió una oferta de la Fundación Cristo Rey como asistente administrativa e inició este nuevo desafío. Parte de esos avances reforzados por una nueva seguridad y autonomía que le entregó la terapia con caballos.

El primer contacto

Javiera Burgos es kinesióloga y parte de su quehacer se desarrolla entre caballerizas. Lo primero, detalla, es realizar una evaluación o llamado “primer contacto” del paciente con el co-terapeuta, que es el caballo. “Idealmente se evalúa todo montando al caballo, y de esta instancia se extrae mucha información como: habilidades motrices y sensoriales, control motor (cabeza-tronco-pelvis), debilidades y fortalezas, seguridad y confianza”. En esta fase la especialista define qué caballo ocupar y si es necesario o no montar junto al paciente para darle apoyo (monta gemela) y si la persona tiene afinidad o gusto por estos animales.

“Se realizan entrevistas familiares para conocer mejor a nuestro jinete y, por supuesto, conocer sus expectativas del tratamiento”. Con esta evaluación y con diagnóstico médico en mano se establecen los objetivos terapéuticos y planifican las actividades a realizar.

Cada sesión dura 45 minutos y cada una tiene 3 etapas: “el acercamiento, que es cuando peinamos y equipamos al caballo, luego la monta, donde se realiza la actividad central a través de juegos, ejercicios y circuitos de psicomotricidad. Finalmente, el agradecimiento, en que le damos un premio a nuestro co-terapeuta agradeciéndole por el trabajo y ayuda realizada”. 

Resultados

Los avances dependen de cada paciente, son variables y a largo plazo. No hay un número determinado de sesiones para tratar un diagnóstico, incluso pueden ser meses o años. Pero desde el primer mes comenzarán a notarse pequeños cambios, como la mejora en la conducta/comportamiento, postura/equilibrio, confianza para montar y apego con el caballo. 

“Hay que tener en consideración que la equinoterapia es una terapia complementaria, por lo que no deben dejar de lado su tratamiento médico. Por mi parte, realizo una evaluación cada 3 meses. De esta manera vamos cumpliendo metas y seguimos trabajando objetivos más avanzados y complejos. También es muy importante la constante comunicación e integración de la familia en el proceso. Su apoyo y confianza es fundamental”.

Sandra Urra, directora de Psicopedagogía de la Universidad Andrés Bello, explica que también existe un componente emocional que favorece los resultados y que dice relación con el vínculo que se crea con el caballo. “En muchos casos se trabaja con personas con discapacidad intelectual, también con personas en condición de espectro autista o con otro tipo de situación de discapacidad, pero también en quienes tienen cuadros ansiosos u otras condiciones… Los beneficios son muchos desde el desarrollo emocional, el lenguaje, el aprendizaje e incluso dificultades que puedan tener que ver con relacionamiento social. Y esto es aplicable a cualquier edad. El vínculo que se genera con el caballo implica avances distintos a los que podrían darse frente a una persona”.

Trabajo con caballos

Existen distintas modalidades en que se realiza trabajo con caballos en este sentido. Una de ellas es la hipoterapia, enfocada principalmente al tratamiento neurofisiológico. También la equitación terapéutica o equinoterapia, dirigida a personas que presentan la autonomía suficiente para poder realizar acciones sobre el caballo de forma activa; y la equitación adaptada, que es la práctica deportiva, pero donde se realizan ciertos ajustes y adaptaciones para que él o la jinete pueda desempeñarse de la forma más segura posible.

José Miguel Manzo es el presidente de Fundación María Jesús, una de las primeras entidades en hablar de equinoterapia en el Gran Concepción. Hoy están próximos a cumplir 20 años en la actividad. Explica que actualmente, alrededor de 100 personas reciben terapia en la sede del sector Dinahue, en Talcahuano. Por sus instalaciones, comenta, han pasado jóvenes en riesgo social, niños de apenas 5 años y adultos mayores sobre los 80. “Y con cada uno se realiza un trabajo distinto, de acuerdo a sus necesidades”.

Impacto social

Manzo es instructor de equitación e impulsor de esta iniciativa que subsiste gracias a la realización de cursos. Si bien siempre están a la espera de aportes que pudieran ayudar a llevar esta labor, que es costosa por el número de profesionales y horas de trabajo que requiere. Hoy cuentan con 11 especialistas, entre kinesiólogos, fonoaudiólogos, terapeutas educacionales, educadores diferenciales, psicólogos y otros; ocho ejemplares co-terapeutas e incontables ejemplos de superación que los mantienen comprometidos con seguir adelante. 

“Este es un trabajo biopsicosocial. Aborda el desarrollo del jinete o la amazona, como les llamamos aquí, su calidad de vida, pero también impacta a nivel social, en quienes los rodean. El 90% de las personas llega con su familia o algún cercano. Esto involucra a muchas personas”.

Un noble co-terapeuta

¿Por qué el caballo y no otro animal? La terapeuta ocupacional y académica de la Universidad San Sebastián, Paulina Roa, explica la razón. “El caballo es un ser fuerte y transmite esa sensación a quienes trabajan con él; no discrimina, por lo tanto, no importa si somos delgados, gordos, altos, bajos, etc. Son incondicionales y transmiten tranquilidad, respetan los tiempos de cada uno y a la vez exigen lo mejor de nosotros mismos; y nos motivan a ser creativos y a buscar distintas formas para comunicarnos con él sin usar las palabras”. 

Una característica importantísima, agrega la especialista, “es que poseen un movimiento tridimensional, lo que genera estimulación en la pelvis, el tronco y los hombros de quienes lo montan, promoviendo el desarrollo o fortalecimiento del equilibrio, el control de la respiración, el desarrollo del vínculo, entre otros factores”. 

No cualquier caballo puede ser un caballo de terapia. Ellos también deben presentar ciertas características que garanticen la seguridad de los jinetes. “Debe ser manso, dócil, de temperamento tranquilo y presentar un buen estado de salud, haber sido entrenado y adiestrado para la equinoterapia y preparado para enfrentar situaciones inesperadas, como son los ruidos, gritos, movimientos bruscos, etc. Debe tener una altura cómoda para el trabajo, tener una andadura regular y, en el caso de los machos, estar castrados”. 

En la equinoterapia, ellos se convierten en co-terapeutas, siendo agentes cinesioterapéuticos y facilitadores de procesos de enseñanza y aprendizaje, así como de inserción o reinserción social. Caminan, trotan, se quedan de pie o simplemente se dejan abrazar. Pura nobleza.