Diálogo

El pesebre de Belén y su significado

Detenerse por algún momento en el lugar donde nació el Mesías nos lleva a comprender la real dimensión de este gran acontecimiento. ¿Qué significa haber nacido en un establo, que los primeros en visitar a Jesús fueran pastores, qué representa la estrella de Belén o que la presencia de los reyes magos con sus obsequios?


Detenerse por algún momento en el lugar donde nació el Mesías nos lleva a comprender la real dimensión de este gran acontecimiento. ¿Qué significa haber nacido en un establo, que los primeros en visitar a Jesús fueran pastores, qué representa la estrella de Belén o que la presencia de los reyes magos con sus obsequios?

Prof. Dr. Arturo Bravo

Facultad de Estudios Teológicos y Filosofía UCSC

De los cuatro evangelios que aparecen en el Nuevo Testamento, sólo dos de ellos traen relatos del nacimiento de Jesús: Mateo y Lucas, y con considerables diferencias entre sí. Los evangelios de Marcos y Juan empiezan con la actividad de Juan Bautista y el ministerio público de Jesús.

La ampliamente difundida costumbre del pesebre sintetiza elementos tanto del evangelio de Mateo como del de Lucas. Tanto el pesebre o comedero de animales como los pastores y los ángeles pertenecen a Lucas. Los magos y la estrella de Belén a Mateo, quien, en forma muy sucinta, menciona el nacimiento de Jesús: “Jesús nació en Belén de Judea en tiempos del rey Herodes” (Mt 2,1a), para dar paso al relato de los magos que venían de Oriente (Mt 2,1b-12). En cambio, en Lucas, la llegada a Belén y el nacimiento de Jesús se narran de forma detallada (Lc 2,1-7) y a continuación, se relata la visita de los pastores (Lc 2,8-20). Cada evangelista coloca una visita: Mateo la de los magos, Lucas la de los pastores. El pesebre los ha fusionado en un solo cuadro.

Para poder entender correctamente el sentido de estos símbolos hay que hacer la siguiente aclaración: los relatos de nacimiento de estos evangelistas no son estrictamente históricos sino teológicos, lo que explica las marcadas diferencias que hay entre ellos, como ya se ha dicho. De ahí que haya que preguntarse más bien por qué es lo que quieren transmitir con estas catequesis narrativas.

Como el pesebre aparece en el relato de Lucas (2,7), hay que examinar brevemente el contexto socio-cultural de este evangelio. Lucas dirige su obra en dos tomos (evangelio y Hechos de los Apóstoles) a comunidades cristianas que provienen del mundo no-judío (llamadas también paganas o gentiles) insertas en el imperio romano. Busca presentar el cristianismo como un acontecimiento de la historia del mundo, por eso relaciona la vida, ministerio y trayectoria de Jesús con la historia romana. Por ello, en relación con el nacimiento de Jesús, menciona a César Augusto. Esta vinculación expresa una convicción sorprendente y subversiva del cristianismo primitivo: no es el emperador en Roma el que pone en movimiento al mundo, sino un insignificante recién nacido en un país que en aquella época era marginal en el concierto de las grandes naciones, y dentro de ese pueblo en un lugar marginal, porque no nació en la capital, en Jerusalén, sino en la provincia de Galilea, conocida con un tono despectivo como “la Galilea de los paganos”.

“En el relato del pesebre se ha sintetizado lo que fue la vida de Jesús con la inversión de valores que ella presenta, y que debe ser la característica de toda comunidad cristiana: Dios llega a salvar no por los caminos del éxito, la riqueza, la ostentación, sino en la pequeñez, en la debilidad, en la pobreza”.

No hay que olvidar la tendencia a endiosar a los emperadores romanos a quienes se les rendía culto y eran considerados como salvadores. Por su parte, el relato de Lucas muestra al ángel del Señor que les dice a los pastores: “No teman, pues les anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: hoy les ha nacido, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor. Esto les servirá de señal: encontrarán un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre” (Lc 2,10-12). Se establece, pues, una contraposición de salvadores: o el emperador o un recién nacido acostado en un comedero de animales. ¡Qué paradoja! Un niño, sobre todo un recién nacido, es lo más indefenso e impotente que uno se pueda imaginar. Ponerlo como salvador es un absurdo. Sin embargo, Lucas está convenido de que este niño es el salvador prometido por Dios.

En el relato del pesebre se ha sintetizado lo que fue la vida de Jesús con la inversión de valores que ella presenta, y que debe ser la característica de toda comunidad cristiana: Dios llega a salvar no por los caminos del éxito, la riqueza, la ostentación, sino en la pequeñez, en la debilidad, en la pobreza, en el servicio, en la entrega, incluso de la propia vida, como lo hizo Jesús. Pesebre y cruz se conectan. Y será justamente en el fracaso de la muerte en cruz donde Dios actuará resucitando al crucificado.

Los pastores

Aquí es donde entran los pastores, quienes, en tiempos de Jesús, eran considerados lo más bajo en el escalafón social. Se creía que eran bandidos, ladrones y que el ganado que tenían era fruto del pillaje. A ellos, a quienes más lo necesitan, se les anuncia la gran alegría del nacimiento del Salvador. Alegría que también se manifiesta en el cántico de alabanza de los ángeles, con lo que se quiere decir que la alegría por el nacimiento del salvador abarca desde lo más bajo a lo más alto. Es una alegría cósmica de la que nadie queda excluido. Cualquiera puede disfrutar de ella. Basta con abrir la existencia al poder que se manifiesta en un impotente y cuya señal es que se trata de un niño envuelto en pañales recostado en un comedero de animales. Esta inversión paradójica es un elemento esencial e irrenunciable del cristianismo.

Reyes magos

En relación a los magos, no aparece en el evangelio de Mateo ni que sean reyes, ni que sean tres, ni menos sus nombres: todos estos datos fueron añadidos por tradiciones posteriores. Eran sabios paganos, muy probablemente astrónomos-astrólogos y con conocimientos matemáticos. Representan lo mejor del saber y de la religiosidad pagana. Por la observación de una estrella, llegan a postrarse ante Jesús, significando con esto el reconocimiento universal del Mesías, y cumpliendo así los oráculos mesiánicos según los cuales las naciones rendirán homenaje al Dios de Israel (Sal 72,11; Is 2,2-3; 45,14; 60,1-6). Representan, por tanto, una religión abierta a todos los pueblos. Pero además, también constituyen una crítica, puesto que Herodes y Jerusalén con él, no reconocen al mesías y le ponen una trampa; por el contrario, los magos extranjeros son los primeros que vienen a adorar al salvador.

Estrella de Belén

En cuanto a la estrella, no hay que perder el tiempo buscándola en el cielo o haciendo cálculos astronómicos. Sólo su función tiene sentido y no su existencia como tal. El tema de una estrella que aparece en el momento de nacer un gran personaje estaba muy extendido: a modo de ejemplo, los nacimientos de Mitrídates, Alejandro Severo y César, figuraban entre los muchos que, según la creencia popular, fueron acompañados por la aparición de una nueva estrella en los cielos. La estrella, en consecuencia, simbolizaba la importancia de un determinado personaje. Pero en Israel también tenía otro significado: era un símbolo del rey-mesías, como aparece en Números 24,17: “de Jacob avanza una estrella, de Israel surge un cetro”. La segunda rebelión judía contra Roma, el año 137 d.C., fue encabezada por Bar Kokhba (= hijo de la estrella), a quien el rabino Aquiba reconoció como mesías. La función de la estrella es mostrar que Jesús es el mesías, un salvador para todos los pueblos, representados en los magos.

“En tiempos de Jesús, los pastores eran considerados lo más bajo en el escalafón social. Se creía que eran bandidos, ladrones y que el ganado que tenían era fruto del pillaje. A ellos, a quienes más lo necesitan, se les anuncia la gran alegría del nacimiento del Salvador”.

Corona de Adviento

La corona de adviento no tiene un fundamento bíblico, sino que surge del misticismo alemán. Está constituida básicamente por un entretejido de ramas verdes y cuatro velas que se van encendiendo de una en una en los cuatro domingos del tiempo litúrgico de adviento, que desemboca en la celebración de la Natividad. 

Su origen se encuentra en costumbres pre-cristianas europeas que, en los crudos inviernos, confeccionaban coronas de ramas verdes con velas para simbolizar la esperanza en la venida de la primavera. Posteriormente, esta costumbre fue adoptada por cristianos alemanes para significar con ella que en el período más oscuro del año va surgiendo una luz, cada vez más fuerte, hasta la llegada de Jesús, que para nosotros es la luz del mundo (Jn 8,12; 12,46). Entre tantas tinieblas de nuestro mundo, el mensaje de Jesús es una luz esperanzadora. Nos recuerda que este mundo no está abandonado a sus dinámicas destructivas. No es un absurdo ni un sinsentido porque está sostenido por el poder amoroso de Dios, amor inquebrantable que abraza nuestras vidas, especialmente nuestras oscuridades y temores.

Quisiera terminar con una cita del Papa emérito Benedicto XVI: “En Navidad encontramos la ternura y el amor de Dios que se inclina sobre nuestros límites, sobre nuestras debilidades, sobre nuestros pecados y se abaja hasta nosotros. San Pablo afirma que Jesucristo ‘siendo de condición divina… se despojó de sí mismo, tomando la condición de esclavo, asumiendo semejanza humana’ (Flp 2,6-7). Miremos a la gruta de Belén: Dios se abaja hasta ser acostado en un pesebre, que es ya el preludio del abajamiento en la hora de su pasión. El culmen de la historia del amor entre Dios y el hombre pasa a través del pesebre de Belén y el sepulcro de Jerusalén” (Catequesis 21.12.2011).